Los estudiantes de Economía escogen esta
disciplina porque aspiran a solucionar problemas de la vida real. ¿Es eso lo que se enseña actualmente en la academia?
Hace algunos días se difundió con rapidez una
Iniciativa Internacional de Estudiantes por el Pluralismo en la Economía,
suscrita por 65 grupos de estudiantes universitarios de 30 países, que
expresaban mediante una carta abierta su desencanto con la forma en que se
enseña la ciencia económica. Ese desencanto se suma a los de muchas personas
del mundo de los negocios y de las finanzas que no se explican la incapacidad de
los economistas de advertir sobre la crisis mundial de hace un quinquenio.
Algunas quejas de los estudiantes tienen que ver con sus
sospechas de que el material de enseñanza refleja únicamente el pensamiento
occidental. Lo anterior está relacionado con otras críticas mucho más radicales
que cuestionan ya no sólo los enfoques tradicionales de enseñanza, sino que
también (y especialmente) el sistema capitalista en el que se sustenta la mayor
parte de la ciencia económica. Así, afuera de la profesión abundan los ataques
contra –por ejemplo- los conceptos de cómo funcionan el mercado y los precios,
o contra el valor informativo y práctico de las cuentas macroeconómicas (como
el PIB).
Muchas de estas críticas y ataques están desenfocados
porque caen fuera del ámbito de competencia de la ciencia económica. Por ello,
lo primero que convendría aclarar es la naturaleza científica de la Economía.
La definición estándar que se enseña desde hace mucho tiempo indica que es la
ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y
medios que, siendo escasos, tienen usos alternativos.
Claro está que no se trata de una ciencia “dura” (como
podría serlo, por ejemplo, la Física). Una ciencia es una disciplina de
pensamiento que hace hincapié en proponer hipótesis básicas y luego realiza
experimentos controlados para comprobar la validez de las hipótesis. Los
economistas no pueden hacer experimentos controlados en el laboratorio, sino
que usan evidencia histórica y estadística para simular tales experimentos. La
Economía es una ciencia en algunos aspectos y no en otros; pero lo mismo puede
decirse de casi cualquier otra ciencia.
Si bien se trata de una disciplina relativamente joven
que aún está en proceso de consolidar sus leyes e identificar las relaciones
que la definen, a lo largo de su existencia ha generado un acervo de
conocimiento (la oferta y la demanda, el análisis marginal, la importancia de
la productividad, la ventaja comparativa, los rendimientos decrecientes,
etcétera) alrededor del cual existe un aceptable nivel de consenso, que ha sido
(y aún es) de utilidad para entender el comportamiento en sociedad y la manera
en que éste puede ser utilizado para el bien común.
Ciertamente la disciplina de la Economía tiene muchas
falencias, como el exagerado uso de los modelos matemáticos, o la propensión a
la contaminación ideológica, o el privilegio excesivo que la academia
(especialmente la dominante anglosajona) otorga a la investigación
(cuantitativa) sobre la docencia, o el hecho de que en dicha investigación se
ignora flagrantemente el análisis económico aplicado a los países con mayores
niveles de pobreza.
El enfoque y la enseñanza de la Economía deben
evolucionar con las circunstancias. Los estudiantes de Economía de hoy (y los
que alguna vez lo fuimos) escogen esta disciplina porque tienen la expectativa
de comprender, y quizá de solucionar, problemas económicos de la vida real: la
pobreza, la inequidad, las crisis financieras, o la inflación. Es natural que
se frustren cuando el pensum los obliga a memorizar modelos basados en el comportamiento
de un agente económico que en teoría toma decisiones racionales. Lo importante
es que la Economía no se empeñe en enseñar paradigmas metodológicos, sino en
descubrir cómo las leyes esenciales y las relaciones básicas de la vida
económica pueden usarse pragmáticamente para atender problemas del mundo real.
Todo el mundo, y especialmente los países pobres, se beneficiarían si
hubiese más economistas tratando de descifrar los desafíos de la escasez. Con
más y mejor investigación técnica, pragmática en vez de ideológica, sería más
fácil diseñar políticas públicas basadas en evidencia objetiva –y no en los
caprichos de los políticos-. La ciencia económica debe estar, pues, más
dispuesta a abrirse al pragmatismo y a aventurarse fuera de sus torres de marfil.