La infraestructura pública es crucial (y, ahora mismo, urgente) para lograr el desarrollo el país. Pero antes de asignar carretadas de nuevos de recursos financieros para ese fin, es indispensable reformar (sanear de corrupción y de ineficiencia) las instituciones (especialmente del Ministerio de Comunicaciones) a cargo de ejecutar dicho gasto
Pocas políticas públicas son tan cruciales para el
crecimiento económico de un país como la inversión en infraestructura, en
especial para un país como Guatemala cuyo gasto gubernamental en
infraestructura no representa siquiera el 1% del PIB, lo que lo convierte en de
los estados del mundo que menos recursos públicos dedica a construir
carreteras, edificios e instalaciones necesarias para mejorar la productividad,
la eficiencia de la economía y el bienestar material de sus ciudadanos.
Un estudio reciente (publicado el 28 de febrero) del
Fondo Monetario Internacional –FMI- resalta que la precaria infraestructura no
solo es uno de los mayores obstáculos al desarrollo de Guatemala, sino que
además perjudica el comercio y la integración centroamericana y, por si fuera
poco, provoca cuellos de botella en el abastecimiento de alimentos que se
manifiestan en una elevada inflación de sus precios. Según este estudio, si la
inversión en infraestructura creciera un 1% del PIB encima de su nivel actual,
la producción del país aumentaría un 1.2% cada año y la proporción de población
en pobreza extrema se reduciría del actual 23% a un 18% en cinco años.
La obvia conclusión que el FMI resalta de lo anterior
es que los beneficios derivados de un aumento sustancial y bien enfocado de la
inversión pública en infraestructura serían claramente superiores a los costos
financieros que tal aumento requiere; por ende, un rápido y fuerte incremento
del gasto en infraestructura física es indispensable para promover el
desarrollo económico y social de Guatemala.
Algunos analistas han visto en la conclusión del FMI
un respaldo a su largamente sostenida aserción de que es imprescindible
aumentar la recaudación tributaria del Estado para poder financiar la inversión
pública y otros gastos del gobierno. Otros analistas, más proclives a las
elucubraciones financieras, ven en este llamado de atención una invitación a
aprovechar las aún benignas condiciones en los mercados internacionales para
incrementar significativamente el endeudamiento público para destinar dicho
financiamiento a la infraestructura.
Lo que parecen pasar por alto estas opiniones es que
los resultados positivos que se derivarían de una mayor inversión física del
Estado solo se podrán materializar si tal gasto es cuidadosamente dirigido a
las áreas donde sea realmente efectivo y si se realiza de forma transparente y
proba. Una selección inadecuada de proyectos o una ejecución de los mismos
plagada de corrupción y arbitrariedad (como suele ser el caso en muchos
proyectos actualmente) impediría que el gasto gubernamental tenga los efectos
deseados y equivaldría a tirar el dinero al drenaje.
De manera que aumentar el gasto público en
infraestructura (financiado ya sea con impuestos o con endeudamiento) sin antes
mejorar la institucionalidad encargada de administrar dicho gasto sería como
poner la carreta delante de los bueyes. El propio estudio del FMI se cura en
salud al hacer hincapié en que para aprovechar los beneficios de la inversión
pública, antes se necesita asegurar la transparencia y una buena gobernanza de las
instituciones a cargo de la planificación, asignación, implementación y fiscalización
de las obras de infraestructura pública.