La decisión de cerrar la economía, aunque sea parcialmente, entraña costos y beneficios de cara a la pandemia
Guatemala fue uno de los países que más rápidamente
decretó medidas de distanciamiento social, casi en el preludio de los contagios.
Aunque dolorosas, las medidas de cierre de actividades y toques de queda no han
sido tan estrictas ni tan rigurosas como en otros países. Desde el inicio, la
“tienda de doña Chonita” siguió funcionando, los toques de queda fueron
parciales y, además de las ramas esenciales de la actividad económica, siguieron
operando las empresas que cumplieran con ciertos protocolos sanitarios
esenciales. La economía ha estado a medio cerrar con medidas que (aunque
criticadas por unos que las consideran muy restrictivas y por otros que las
estiman muy blandas) se han ido adaptando al ritmo de la epidemia.
Y eso ha sido lo correcto. Si bien puede ser
ilustrativa la experiencia de los países que sufrieron de primeros los embates
de la pandemia, no es posible, ni aconsejable, simplemente copiar y pegar las medidas
aplicadas por los países industrializados para intentar aplanar la curva de
contagios. Hay diferencias importantes entre sus realidades y las nuestras que
deben tomarse en cuenta para diseñar la respuesta de política pública ante la
pandemia. Por ejemplo, la proporción de adultos mayores (los más vulnerables al
covid-19) en la población guatemalteca (menos del 6 por ciento del total) es tres
veces más baja que en los países ricos.
La informalidad económica también es diametralmente
distinta aquí que en esos países. Más de dos tercios de la población
económicamente activa vive de la economía informal, sin ahorros, lo que implica
la necesidad de salir diariamente a ganarse el sustento y a abastecerse de
alimentos (especialmente si se carece de refrigerador en casa). Asimismo, el
hacinamiento en el hogar es mucho más elevado en Guatemala, donde viven en
promedio casi cinco personas por hogar (contra menos de tres en los países
avanzados), lo que hace humanamente intolerable un confinamiento muy prolongado
-máxime cuando esos hogares, en promedio, apenas cuentan con dos ambientes-.
La decisión de cerrar la economía, aunque sea
parcialmente, entraña costos y beneficios de cara a la pandemia: su propósito
es ralentizar los contagios para evitar que los hospitales se desborden de
enfermos y se incremente el número de muertes; pero nuestro sistema de salud es
estructuralmente débil y su capacidad hospitalaria, limitada. Con las medidas
adoptadas hasta ahora ya se ganó tiempo para acopiar los recursos financieros
indispensables para la emergencia sanitaria e incrementar el número de camas en
los hospitales. Lo que urge ahora es acelerar y eficientar las compras de
suministros médicos.