Hasta ahora se han aprobado varias medidas que van en la dirección correcta, pero que son insuficientes
La crisis generada por el covid-19 no tiene
precedentes. Alrededor del mundo los gobiernos están transitando un territorio
inexplorado mientras combaten el vertiginoso contagio del coronavirus y,
simultáneamente, intentan reducir su impacto económico. Sin una vacuna, ni
medicamento alguno que aplaquen la enfermedad, la única medida sanitaria a la
mano es el distanciamiento social forzoso. El gran dilema de política pública es
que dicha medida propina un golpe brutal a la actividad económica y al empleo:
a mayor distanciamiento social, menor actividad económica y más desempleo.
En medio de la incertidumbre, existen al menos cuatro
certezas a las cuales hay que adaptarse. Primero: la recesión económica es
inevitable. Los sectores más afectados están siendo el de restaurantes y hoteles,
el de transporte y logística, el de producción y distribución de bienes de
consumo y el de educación. Pero casi ningún otro sector se librará de una
crisis que, por el lado de la oferta, genera quiebras, despidos, impago de
deudas e interrupción de la cadena de suministros; y, por el lado de la
demanda, suscita un aumento en los ahorros (pues los consumidores, por
precaución, reducen sus gastos) y una posposición de las inversiones, todo lo
cual deprime la economía.
Segunda certeza: la crisis es global. A los efectos
internos derivados del distanciamiento social hay que añadirles la caída de
nuestras exportaciones hacia otros países, la reducción de las remesas familiares
provenientes de Estados Unidos y la marcada volatilidad en los mercados financieros
internacionales. Tercera certeza: la magnitud del impacto económico será enorme.
Se espera que, en términos de crecimiento económico mundial, la recesión actual
será mucho más grave que la vivida en la crisis financiera mundial de 2008.
Y cuarta certeza: la crisis será temporal -seguramente
durará menos de un año-. El aislamiento social no puede mantenerse por más de
tres o cuatro meses (la gente, si no tiene dinero, no podrá estar alejada de su
trabajo) y, tarde o temprano, la tasa de contagios caerá; luego vendrá, sin
duda, la ansiada recuperación económica. Por eso, el momento para actuar es
ahora, tanto para salvar vidas, como para salvar los medios de vida (empleos formales
e informales). Los objetivos de la política económica deben ser, pues, priorizar
el gasto en salud (incluyendo la compra de pruebas médicas que permitan
optimizar las acciones de sanidad pública) y, a la vez, aplanar la curva de
desempleo y mantener con vida el aparato productivo para cuando llegue la
(inevitable) recuperación.