La calidad de la salud pública tiene un enorme impacto en la economía.
Desde hace mucho tiempo, el sistema guatemalteco de
salud pública padece graves deficiencias. El Índice de Seguridad Sanitaria
Global (una herramienta que analiza comparativamente la seguridad sanitaria y
capacidades relacionadas en 195 países) ubicó el año pasado a nuestro país en
el puesto 125, el segundo peor de Latinoamérica. La pandemia de Covid-19 solo
vino a evidenciar los terribles costos de esas deficiencias y cuán central es
la salud para las personas, la sociedad y la economía. La calidad de la salud
pública tiene un enorme impacto en la economía. El rápido crecimiento económico
mundial en el último siglo está asociado a los avances en materia de vacunas,
antibióticos, sanidad pública y nutrición que han mejorado los estándares de
vida y la capacidad productiva de la humanidad. Es evidente que una buena salud
pública favorece el crecimiento económico al expandir la fuerza laboral y
mejorar la productividad y las interacciones sociales.
Un reciente estudio del McKinsey Global Institute
-titulado “Priorizar la salud: una prescripción para la prosperidad”- estima
que la falta de servicios adecuados de salud le cuesta cada año a la economía
cuarenta y tres días de trabajo perdidos por persona (por enfermedad o muerte
prematura) y una reducción de cinco por ciento en la productividad laboral por
padecimientos crónicos, lo cual implica una pérdida de quince por ciento del
PIB (¡tres veces más del costo previsto de la pandemia!). Si se aplicaran las
herramientas sanitarias ya existentes (medidas de prevención mediante ambientes
más higiénicos y comportamientos sociales saludable, así como acceso a vacunas,
medicina preventiva y terapias estándar) esas pérdidas podrían reducirse en un
cuarenta por ciento.
Si bien es cierto que el costo financiero que conlleva
mejorar el sistema de salud es uno de los aspectos que ha impedido tomar
acciones concretas al respecto, también lo es que ha hecho falta en el debate un
enfoque que tome en cuenta los retornos económicos de invertir en la sanidad
pública: de acuerdo a el referido estudio de McKinsey, por cada dólar invertido
en mejorar el sistema de salud es posible obtener un retorno económico de
cuatro dólares. Pero no solo se trata de gastar más en salud, sino de gastar
mejor: el gasto público en salud ha venido aumentando en Guatemala (de un 5 a
un 9 por ciento de presupuesto estatal en los últimos años) sin que ello se haya
traducido en una mejora en los servicios de salud.
La crisis del Covid-19 no solo plantea un desafío para
repensar la salud pública y reconstruir la economía, sino que presenta una
oportunidad única para reformar el sistema de salud con vistas a generar
bienestar material para toda la población. Ello requerirá un esfuerzo
consciente del gobierno, el Congreso y la sociedad para hacer de la salud
púbica una prioridad económica y para transformar el sistema de salud en uno
basado en las mejores prácticas a nivel internacional y enfocado en las áreas
de mayor retorno socio-económico. Hace tres lustros se propuso en el extinto
Plan Visión de País una reforma institucional para sistematizar y priorizar las
políticas públicas en salud, establecer un mecanismo de coordinación de las
políticas sanitarias (el Sistema Nacional de Salud), fortalecer el rol rector
del Ministerio de Salud y redefinir el modelo de atención en salud. Si se
hubieran aprobado esas reformas en su momento, quizá otro gallo nos habría
cantado en esta pandemia, pero los sindicatos enquistados en ese ministerio y
otras fuerzas opuestas al cambio impidieron su aprobación. Quizá ahora, la
bofetada propinada por el Covid-19 pueda servir para despertar la conciencia
social respecto de la conveniencia de retomar alguna suerte de reforma al
sistema de salud como la propuesta en aquella ocasión.