No es que Donald Trump la tenga contra Guatemala. El
recurso del garrote y la zanahoria lo ha empleado desde el día uno de su
mandato para coaccionar a otros países -amigos o enemigos, ricos o pobres por
igual- a acceder a sus deseos. Las amenazas y medidas contra la migración de
guatemaltecos han sido numerosas: la construcción de un muro; la cancelación
del Estatus Temporal de Protección (TPS) y de la Acción Diferida para los
Llegados en la Infancia (DACA); la suspensión de visas por lotería; la
separación de menores de edad de sus padres; la ley que le obliga a informar a
su Congreso sobre funcionarios del Triángulo del Norte involucrados en
corrupción y narcotráfico; y, más recientemente, la amenaza de gravar las
remesas, imponer aranceles y prohibir el ingreso de cualquier guatemalteco si
no se firmaba el acuerdo para hacer de Guatemala un “tercer país seguro”.
Todas esas acciones representan un riesgo para nuestro
país. Las remesas familiares que reciben los guatemaltecos equivalen al 12 por
ciento del PIB y benefician a más de 1.5 millones de hogares, convirtiéndose en
una fuente crucial de ingresos y el sustento del consumo privado, principal
motor de nuestro crecimiento económico. Una caída abrupta del flujo de remesas
acarrearía consecuencias muy negativas para la economía nacional. El año
pasado, el Fondo Monetario Internacional –FMI- realizó un cálculo de los
efectos que se derivarían de una caída pronunciada en el flujo de remesas hacia
Guatemala, que ocurriría si el gobierno estadounidense tiene éxito en
obstaculizar el envío de remesas, en aumentar el número de deportados y en
impedir el ingreso de nuevos migrantes. Según el FMI el impacto sería
sustancial, permanente y negativo sobre la producción y el bienestar.
La caída de las remesas deprimiría el ingreso
disponible y el consumo de los hogares; la menor demanda doméstica haría que
las empresas redujeran sus inversiones. Si, por ejemplo, las remesas disminuyen
en una tercera parte, la producción nacional sería menor en un 1 por ciento en
los primeros 5 años, y en un 2 por ciento en el largo plazo, mientras que el
consumo doméstico caería en más de 8 por ciento. Con menos divisas disponibles,
sería necesario reducir la factura de importaciones y aumentar los ingresos por
exportaciones, lo cual implicaría una rápida e importante depreciación del
quetzal (de un 12 por ciento, que lo llevaría a unos Q8.80 por dólar) que, a su
vez, elevaría la inflación importada. Y la prima de riesgo-país se elevaría,
ocasionando un aumento de las tasas de interés domésticas que encarecerían el
costo del crédito.