"La Camioneta" es un documental, finamente logrado, que nos
confronta a los guatemaltecos con una realidad cruda y desafiante
Gracias a Netflix –ese maravilloso invento para los
adictos a la televisión- tuve la ocasión de ver hace pocos días el documental
La Camioneta, opera prima del director estadounidense Mark Kendall,
desarrollada a caballo entre Guatemala y Estados Unidos en asociación con el
productor guatemalteco Rafael González. Si para un gringo promedio los 71
minutos del film pueden ser entretenidos y explicativos, para un guatemalteco
pueden resultar desafiantes y esclarecedores respecto de una realidad cruda con
la que se ve confrontado.
Se trata del largo periplo que recorre un vehículo
que, como muchos otros y luego de haber funcionado durante pocos años como bus
escolar en Pensilvania, es subastado e inicia una lenta transformación hasta
convertirse en una camioneta que ha de cubrir la ruta hacia Ciudad Quetzal, esa
tierra de nadie en San Juan Sacatepéquez donde la única certeza existente es la
de la inseguridad reinante. La metamorfosis –de monótono bus escolar a colorida
camioneta- ocurre en una ruta escabrosa desde Estados Unidos (donde “si cumples
las reglas, no te pasa nada” según el chofer guatemalteco que adquiere el bus
en la subasta) hasta Guatemala, pasando por México (donde “cualquier cosa puede
ocurrir”).
Uno de los aspectos más impactantes del documental es
la actitud admirable de los guatemaltecos involucrados en el proceso: el chofer
que trae el bus (que no sólo viene repleto de repuestos, sino trae otro carro a
remolque), el intermediario que lo adquiere para su reventa, los artesanos que
lo transforman artísticamente en una nave reluciente, y el ilusionado campesino
emprendedor que lo adquiere como su activo más valioso para iniciar una
aventura como transportista. Todos ellos personajes de la vida real,
empresarios valientes y optimistas que se enfrentan a un entorno adverso en el
que el éxito de su actividad económica requiere sobornar a las autoridades,
pagar puntualmente la extorsión a los mareros, sacrificar su bienestar durante
mucho tiempo para poder comprar los bienes e insumos necesarios para trabajar,
y poner en riesgo la vida para ganarse el sustento diario.
Elegante, pero brutal, el documental La Camioneta
describe el clima de negocios tan adverso y violento en el que se desenvuelve
la vida de muchos guatemaltecos. La enorme cantidad de choferes de bus que han
muerto en el país en los últimos años (particularmente en Ciudad Quetzal) es
simplemente escandalosa y da una clara idea del descomunal desafío que
enfrentan los pequeños empresarios en el país. Es bien sabido que uno de los
efectos indeseables de la criminalidad (además de los terribles costos humanos
y sociales) es que aumenta los costos de operación de las empresas e inhibe el
progreso económico.
El problema de la espiral delincuencial en Guatemala
tiene, claro está, una serie de causas subyacentes (el fácil acceso a las armas
ilegales, un sistema judicial disfuncional, una policía mal entrenada y mal
equipada, y un sistema penitenciario corrupto y violento) donde el factor
principal es la impunidad casi absoluta, pues la gran mayoría de asesinatos (no
sólo de choferes) queda impune, sin que tan siquiera se produzcan arrestos o
investigación penal y, cuando estos se dan, los casos languidecen sin
investigar.
En una economía como la guatemalteca, el ya vulnerable
clima de negocios –afectado por la corrupción y los limitados recursos públicos
dedicados a la educación, la salud la infraestructura y la seguridad ciudadana-
se deteriora mucho más con la criminalidad, lo que afecta especialmente el
crecimiento y el rendimiento de las pequeñas y medianas empresas.
La Camioneta evoca, poéticamente, como un bus desechado por las reglas
del sistema estadounidense, se recicla en una nueva vida, jovial y floreciente,
en el menos propicio de los lugares, gracias al empuje, resistencia,
imaginación y espíritu empresarial de unos guatemaltecos que, sobreponiéndose a
la adversidad de la violencia y la pobreza en que se desempeñan, son capaces no
sólo de ganarse dignamente la vida con desechos importados, sino de hacerlo
con arte y gracia. Este brillante y muy recomendable documental nos da un atisbo
del enorme potencial de los guatemaltecos y de cuánto podrían lograr si tan
solo gozaran de un clima un poco más propicio para crear, emprender y
progresar.