Las soluciones a la crisis política actual, quizá podamos encontrarlas en la experiencia de la Transición Española de hace 40 años: cambiar el sistema político de raíz, abrir la participación para nuevos partidos políticos, campañas electorales cortas, financiamiento político mixto... hay que saber leer los signos de los tiempos
Guatemala está viviendo lo que en teoría política se
define como una transición: un proceso de cambio en el que el antiguo régimen es
sustituido por uno nuevo mediante un cambio en las normas, reglas e
instituciones. La mayoría de guatemaltecos aspiramos a que esta transición
permita remplazar el moribundo régimen de impunidad, corrupción y política
patrimonialista, por uno en el que imperen la ley, la transparencia y
legitimidad democrática. Inevitablemente, toda transición política genera
incertidumbre y efectos no solo en la esfera política, sino también en la
economía y en las instituciones del Estado.
Para encontrarle sentido y salida a la crisis
transicional que actualmente atravesamos, conviene recordar y analizar los
procesos de transición que fueron exitosos en otros países. Justamente en 2017 se
cumplen 40 años de un episodio ejemplar de la transición política que
transformó la historia de España y que condujo a ese país de la dictadura a una
plena democracia y a un periodo de acelerada prosperidad económica.
Todo ello empezó con la reforma radical de su sistema
político-electoral, donde convergieron varios elementos: (i) los diputados de
las cortes provenientes de la dictadura se reconocieron ilegítimos, supieron
leer los signos de los tiempos y emprendieron transformaciones transcendentales:
en diciembre de 1976 aprobaron una Ley para la Reforma Política. (ii) Esa ley
redujo sustancialmente las barreras de entrada para la creación de nuevos
partidos políticos y de un sistema abierto a todas las tendencias ideológicas. (iii)
En mayo de 1977 se convocó a elecciones generales para las dos cámaras del
Congreso y empezó la campaña electoral, acotada a solamente tres semanas de
duración. (iv) El financiamiento de la campaña fue mixto: los simpatizantes y
afiliados costearon los gastos de funcionamiento de los partidos, mientras que
los tiempos y espacios en los medios de comunicación eran determinados y
distribuidos equitativamente por el Estado. (v) La campaña fue una fiesta
cívica con amplia participación ciudadana: los partidos y las coaliciones se
lanzaron a las calles en busca del voto, organizando mítines y haciendo
propaganda a través de megáfonos, carteles y volantes que inundaron las
ciudades.
Claro que hubo muchas preocupaciones en una sociedad básicamente
conservadora: hubo agonía sobre legalizar el partido comunista (que finalmente
se aprobó), se criticó la “sopa de letras” generada por el surgimiento de una
enorme cantidad de partidos políticos nuevos y se alertó sobre la supuesta
ingobernabilidad que dicha dispersión ocasionaría en el Congreso, y se externó temor
de que ocurrieran actos terroristas por
parte de los extremistas de derechas y de izquierdas. Las elecciones se
realizaron a mediados de junio de 1977 y ninguno de esos temores se convirtió
en realidad.
Las elecciones las ganó la Unión del Centro
Democrático (centro-derecha), y el segundo lugar lo obtuvo el Partido
Socialista Obrero Español (centro-izquierda). Los partidos extremistas
obtuvieron muy pocos escaños. En julio de 1977 se instalaron las dos cámaras
del nuevo Congreso, que comenzaron a emitir leyes (incluyendo una nueva
Constitución) y a crear instituciones sobre las cuales se basó el acelerado
progreso económico y democrático que España vivió en las décadas siguientes.