lunes, 26 de noviembre de 2018

El Reparto del Prespupuesto

Hace mucho tiempo que el Presupuesto dejó de ser la herramienta de planeación y control del gasto público que está llamado a ser; hoy se ha convertido en un desordenado regateo de recursos para satisfacer a quien más grita o extorsiona, no a quien más lo necesita

En los últimos días, las discusiones en el Congreso sobre el Presupuesto del Estado para 2019 se han tornado muy similares a un regateo de mercado, en donde se trasladan montos de un rubro de gasto a otro en función de qué grupo es el que más grita para obtener más recursos. Ya sea que se le quiten fondos al Ministerio de Desarrollo para asignárselos al aumento salarial de los salubristas, o que se reduzca el presupuesto de las jubilaciones militares para aumentarle el rubro de sueldos a la universidad estatal, las consideraciones en torno al presupuesto guardan cada vez menos relación con los objetivos de política pública trazados en la exposición de motivos que supuestamente inspiró la propuesta original.

Por desgracia, hace mucho tiempo que el Presupuesto dejó de ser la herramienta de planeación y control del gasto público que está llamado a ser y, como resultado, el gobierno central gasta los recursos anuales sin ningún orden, ni prioridad, ni efectividad. La debilidad del sistema de servicio civil y la descomposición del sistema político se han combinado durante años hasta convertir al Estado en una agencia de empleos, no para los mejores servidores públicos, sino para los correligionarios y simpatizantes partidarios.

Un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo estima que en los países latinoamericanos, en promedio, el 16 porciento del gasto gubernamental (equivalente al 4.4 porciento del PIB) es un absoluto desperdicio, debido a la ineficiencia en las compras, a la corrupción generalizada y al nivel relativamente elevado de las remuneraciones de los burócratas (en comparación con sus pares en el sector privado). En Guatemala, casi uno de cada tres quetzales del presupuesto se gasta ahora en salarios y remuneraciones, lo cual ha reducido cada vez más el gasto en inversión (especialmente la que se necesita en la ruinosa red vial del país).

Este año ya no será posible rescatar el proceso presupuestario (ya es muy tarde para ello) y quizá haya que conformarse con que, en aras del orden y la transparencia, se apruebe un presupuesto como guía del gasto para 2019. Pero en algún momento los gobiernos y los políticos deben entender que es absolutamente necesario (y urgente) gastar con más eficiencia y cambiar sus prioridades en función de las demandas de la población por servicios públicos esenciales: educación, salud, nutrición, seguridad, justicia e infraestructura.

La clave está en que los líderes políticos comprendan que la función básica del Estado es la de satisfacer de forma directa e inmediata el bien común y las necesidades de los ciudadanos, y no las de los empleados públicos. Esto, claro está, es más fácil decirlo que hacerlo, porque detrás de las absurdas ineficiencias del gasto público suele haber siempre un grupo de interés (el sindicato de médicos, los piquetes de Joviel o el Consejo Superior Universitario) que tiende a estar más organizado y a hacer más ruido que la mayoría ciudadana que clama silenciosa por los servicios públicos esenciales.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Y los Brazaletes ¿Para Cuándo?

El (ab)uso de la prisión preventiva está tan extendido que se estima que más del 48% de la población carcelaria aún no ha sido condenada. El uso de los brazaletes electrónicos podría (como lo hace en los países avanzados) paliar el cuasi colapso del sistema penitenciario. Pero con todo y que existe una ley vigente, los brazaletes brillan por su ausencia

No hace falta ser un gran jurista para comprender el principio de presunción de inocencia que debe privar en cualquier proceso penal. Ni siquiera hace falta haber estudiado Derecho para entenderlo. Basta con haber visto alguna noticia sobre un litigio en algún país desarrollado o, incluso, con haber visto alguna película estadounidense o europea en la que se escenifica un juicio para saber que cualquier acusado es inocente hasta que se demuestre lo contrario en los tribunales.

Por ello, lo normal debe ser que el acusado permanezca en libertad (con algunas restricciones razonables de movilidad) durante la realización del juicio. Solamente dos razones justifican que el juez envíe a un acusado (que, no lo olvidemos, se presume inocente) a prisión preventiva: una es que exista un claro peligro de que el acusado se fugue y, la otra, que exista un riesgo de que el acusado pueda obstaculizar o perjudicar las pesquisas. En ningún caso la prisión preventiva debe usarse para castigar a un sospechoso por presunciones o por sus antecedentes.

No obstante lo anterior, en toda Latinoamérica (y Guatemala no es la excepción) los jueces (presionados por una opinión pública desesperada con los elevados índices delincuenciales) parecen estar abusando del recurso de la prisión preventiva. Se estima que su uso es tan extenso que el 40 por ciento de la población carcelaria en la región se encuentra en prisión preventiva. Ese porcentaje, según algunos expertos, se eleva a un 48 para el caso de Guatemala, lo cual complica aún más la precaria situación de un sistema penitenciario desbordado que ofrece condiciones inhumanas a los reclusos. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el uso excesivo de la prisión preventiva no solo es violatorio de los derechos fundamentales, sino que es contrario a la esencia del Estado democrático de derecho.

Para revertir esta situación es necesario trabajar en tres ámbitos. El primero es el marco legal para asegurar que los procesos judiciales y sus plazos se cumplan en respecto del principio de presunción de inocencia. El segundo es el ámbito cultural, que incluya un cambio en la mentalidad de los juzgadores y de la opinión pública (para que cobren conciencia del carácter excepciona de la prisión preventiva). Y el tercer ámbito es el operativo, que incluye la provisión de recursos adecuados al sector justicia y la aplicación de mecanismos tecnológicos que minimicen los peligros de fuga y de obstaculización de las investigaciones.

Entre estos mecanismos destaca el uso de brazaletes electrónicos por parte de los acusados. Resulta inadmisible que habiendo sido aprobado el uso de tales brazaletes mediante una ley emitida hace dos años (Ley de Implementación del Control Telemático en el Proceso Penal), aún no se esté utilizando en nuestro país. La desidia e ineficiencia de las autoridades correspondientes (que, hasta hoy, han sido incapaces de contratar y reglamentar el servicio de brazaletes electrónicos) está contribuyendo al colapso del sistema penitenciario y ocasionando verdaderas tragedias humanas entre las personas (inocentes, hasta que sean vencidos en juicio) privadas preventivamente de su libertad.

lunes, 5 de noviembre de 2018

El Imperativo del Crecimiento Económico

La mejor política de protección social y de combate a la pobreza, es una buena política económica que propicie la creación de empleos y el aumento de la productividad sistémica

Generar empleos, reducir las desigualdades sociales, o mejorar los niveles de bienestar se han vuelto temas recurrentes tanto en las ofertas de los partidos políticos como en las agendas de propuestas de las múltiples ONGs y tanques de pensamiento en el país, lo cual es totalmente razonable a la luz del pobre desempeño de Guatemala en sus múltiples indicadores de desarrollo socio-económico. Lo que no es razonable es que, en su afán por enfocarse en esos temas, dichas organizaciones (especialmente las más “progresistas”) menosprecien el factor más determinante del desempeño económico de cualquier país: la tasa de crecimiento del ingreso nacional (que es un reflejo de su producto interno bruto).

El objetivo de acelerar el crecimiento económico se ha desprestigiado en gran medida porque, muchas veces, sus proponentes han planteado estrategias cortoplacistas, inconsistentes y buscadoras de atajos a través de subsidios o de privilegios fiscales para favorecer a una determinada actividad económica (que arbitrariamente se ha elegido como “el verdadero motor del crecimiento”) en detrimento de las demás. Esto desvía la atención del incuestionable hecho de que solo mediante un mayor crecimiento de la producción es posible generar más empleos y mejorar el bienestar.

El crecimiento económico, al generar una mayor demanda por trabajadores, beneficia especialmente a los jóvenes que ingresan al mercado de trabajo y a las minorías, por lo que se constituye en el mejor programa de bienestar social que pueda haber. Un mayor crecimiento de la producción generará mayores ingresos estatales, incluyendo los del seguro social. Además, un entorno de dinamismo económico es más propicio para reducir la criminalidad, incentivar la protección del medio ambiente y contribuir al optimismo sobre el futuro del país, el cual es importante para conjurar el peligro de que surjan ofertas políticas populistas que amenacen nuestro incipiente sistema democrático.

Por desgracia, mientras nuestro crecimiento económico no logre rebasar el techo del 4 porciento anual, será imposible obtener todos esos beneficios. Debemos tener claro que la casi totalidad de la generación de empleos sostenibles solo puede provenir del sector empresarial. La clave es, pues, aplicar políticas públicas que incentiven la creación de nuevas empresas y mejoren el desempeño de las existentes. Para ello no se necesita “sobornar” a las empresas con subsidios o privilegios temporales para que hagan inversiones que hoy no son rentables.

Lo que se requiere es un ambiente para hacer negocios que dé certeza, mejore la productividad y aumente la demanda para lo que produzcan las empresas. Ello requiere de una política económica integral que incluya, por un lado, una reforma institucional que permita al Estado proveer los servicios públicos esenciales (seguridad, justicia, infraestructura, educación básica, nutrición y salud primaria) y, por otro, una coordinación de medidas macroeconómicas (monetaria y fiscal) que incentiven ordenadamente la demanda agregada, especialmente en estos tiempos de desaceleración. Para luego, es tarde.

ENERGÍA ELÉCTRICA: SE ACABARON LAS VACAS GORDAS

URGEN MEDIDAS PARA EVITAR UN DÉFICIT DE SUMINISTRO   Durante años, el sistema eléctrico nacional tuvo un superávit de oferta; es decir, su c...