La condiciones que provocaron un diluvio de dólares hacia Guatemala pueden estarse revirtiendo rápidamente. Las consecuencias de ello (si no se manejan apropiadamente las políticas macroeconómicas) podrían ser insospechadas.
En los últimos años Guatemala ha experimentado una
abundancia de dólares. En términos económicos, la oferta de la divisa
estadounidense ha sido superior a la demanda y el indicador más claro de tal
fenómeno es el tipo de cambio, que en cinco años se ha apreciado en casi 5% (al
pasar de Q7.90 por dólar en 2012 a Q7.52 en 2016), pese a las considerables
intervenciones del banco central –Banguat- comprando dólares en el mercado (lo
cual, ciertamente, ha impedido que la apreciación del quetzal sea aún mayor).
Tres son las causas esenciales del exceso de oferta de
dólares. Primero, las importaciones se volvieron más baratas: sólo en 2016 el
precio promedio de los bienes importados se redujo en alrededor de 10% respecto
del año previo, reflejo del fenómeno mundial de baja en el precio de los bienes
primarios, incluyendo notablemente el petróleo y sus derivados (en el último
lustro el barril de petróleo redujo su precio en más de 60%). Esto ha implicado
una reducción en las necesidades de divisas del país para pagar su déficit
comercial.
Segundo, un gran flujo de recursos financieros ha
ingresado al país a causa de que las tasas de interés domésticas son más altas
que las extranjeras, lo cual hace atractivo para los inversionistas traer
capitales para invertirlos en bonos del gobierno o en créditos privados,
aumentando así significativamente la oferta de dólares. Ello ha ocurrido porque
los países industrializados mantuvieron tasas de interés extraordinariamente
bajas como una medida para incentivar su alicaído crecimiento económico luego
de la crisis de 2008, y porque el Banguat decidió ser conservador y no reducir
su tasa de interés líder a la misma velocidad que aquellos países.
En tercer lugar, el enorme flujo de remesas familiares
que los migrantes guatemaltecos envían al país no solo se han convertido en un
soporte clave del consumo de los hogares, sino que implica un constante aumento
en la disponibilidad de divisa extranjera: el año pasado las remesas familiares
que ingresaron al país superaron los US$7.2 millardos, cifra que casi duplica
el nivel de remesas que ingresaban al país un lustro atrás.
La lenta pero continuada apreciación del quetzal ha
generado preocupación en algunos ámbitos debido a que ocasiona un desincentivo
a la actividad exportadora y se han levantado algunas voces que, incluso,
llegan a proponer que el régimen cambiario se modifique para provocar una
devaluación de nuestra moneda. Tales propuestas quizá dejen de ser necesarias
en breve, ya que las tres causas que han provocado el diluvio de dólares de los
últimos años podrían estarse revirtiendo.
Por un lado, el precio internacional de las materias
primas ha dejado de reducirse y el del petróleo, en particular, se ha elevado
en un 25% en el último año. Por otro lado, la Reserva Federal estadounidense
empezó a elevar su tasa de interés y, con ella, se elevará el resto de tasas de
interés de los países avanzados, lo cual hará menos atractivas las tasas
guatemaltecas y ello, aunado al endurecimiento internacional de las normas
contra los flujos ilícitos de capital, implicará menores flujos de inversión
financiera hacia Guatemala. Finalmente, la política migratoria del presidente
Trump podría provocar que los flujos provenientes de remesas familiares se
desplomen.