Algunos riesgos se ciernen sobre el panorama económico internacional y el panorama electoral nacional, que pueden afectar el desempeño de nuestra economía, que ya se encuentra desacelerada. Es momento de plantear una estrategia de política económica
El desempeño de la economía guatemalteca en los
últimos cuarenta años ha sido mediocre si se le compara con el de otros países
de similar tamaño e ingresos. Las principales causas de tal mediocridad son los
bajos niveles de inversión y de productividad que se derivan de un ambiente de
negocios turbio y de una institucionalidad pública débil e incapaz de proveer a
la sociedad de los bienes públicos que son esenciales para que una economía sea
funcional. Como resultado, el ingreso per cápita del país ha estado estancado
por décadas. En adición a estos problemas estructurales, ahora resulta que la
economía está más desacelerada de lo habitual. El Banco de Guatemala ha
revisado a la baja su predicción de crecimiento económico para 2018.
Las causas de esta desaceleración se encuentran en los
bajos niveles de confianza de los consumidores y de los inversionistas (según
lo muestran diversos índices) ante la aparente ausencia de una agenda priorizada
de desarrollo económico, así como la caída en la producción de ciertas
actividades que solían ser las más dinámicas (como la producción minera o la
generación hidroeléctrica) pero que se han visto afectadas por la falta de
certeza en los casos judiciales en que se han visto envueltas. A ello se agrega
la ralentización que desde 2015 afecta el gasto gubernamental y la inversión
pública, así como la desaceleración que han empezado a experimentar las remesas
familiares (que son el combustible que activa el consumo de los hogares,
principal motor histórico de la producción nacional).
Encima de esto, se avizoran nubarrones en el horizonte
económico. Las tasas de interés están subiendo en los mercados internacionales,
encareciendo el crédito hacia los países en vías de desarrollo. La guerra
comercial de Estados Unidos con sus principales socios empezará a entorpecer
los flujos comerciales y, eventualmente, la producción mundial. Los precios de
nuestros productos de exportación están más bajos que los de los insumos que
importamos, lo que deteriora nuestros términos de intercambio y reduce nuestro
poder de compra. Y, previsiblemente, las remesas familiares seguirán
desacelerándose.