En tiempos recientes, el impulso del crecimiento
económico como una prioridad de las políticas públicas parece haber caído en
descrédito. Algunos académicos y ciertos organismos internacionales han
intentado mover el centro de atención hacia otros temas arguyendo, por ejemplo,
que la desigualdad debe reducirse para viabilizar la sostenibilidad social, que
el crecimiento del PIB es una medida incompleta y errada del bienestar, o que el
verdadero desarrollo humano tiene más dimensiones que la simple producción de
bienes materiales.
Todo eso es cierto, pero no debe desviarnos de una
realidad evidente: el principal problema económico y social de Guatemala es la
excesiva pobreza, y ésta no puede reducirse sin crecimiento económico. El
combate a la pobreza es insostenible, incluso efímero, si no está sustentado en
un sólido crecimiento de la producción de bienes y servicios. El reciente
reporte del PNUD sobre la pobreza en Latinoamérica lo dice con claridad: en
ausencia de un crecimiento económico robusto, las políticas que ayudaron a reducir
la pobreza y la desigualdad (como las transferencias condicionadas de efectivo)
pueden ser insuficientes para evitar que las familias beneficiadas caigan de
nuevo en la pobreza.
Por desgracia, el crecimiento potencial del PIB
guatemalteco es, según diversos estudios, de entre 3.5% y 4% anual,
insuficiente para reducir significativamente los niveles de pobreza en una
población que continúa aumentando a un ritmo superior al promedio mundial. El
principal obstáculo que impide que el crecimiento se acelere ha sido siempre la
baja productividad del aparato económico nacional. La pobreza es, a fin de
cuentas, una medalla de dos caras: la cara vista son los bajos niveles de
ingreso y bienestar material de la mayoría de la población; la cara oculta es
la baja eficiencia (productividad) del factor trabajo y del factor capital en
nuestra economía.
Lo peor de todo es que, en el corto plazo, no se
avizoran mejoras en el desempeño económico del país. Por un lado, la economía
internacional (que determina el dinamismo de nuestro sector exportador), aunque
no está en crisis, tampoco mostrará una bonanza significativa en los próximos
meses. Por otro lado, aunque las acciones del Ministerio Público y CICIG
-reportadas muy favorablemente en medios como The Economist o The New York
Times- tendrán a mediano plazo un impacto positivo en la atracción de inversión
y en la mejora del sistema de justicia, en el corto plazo pueden estar
ocasionando parálisis en los inversionistas locales. Y por si ello fuera poco, el
portafolio de grandes inversiones (especialmente en sectores como los de
electricidad o minería) parecen haberse agotado.