viernes, 30 de mayo de 2014

La Economía No Es Como Solía Ser

Los estudiantes de Economía escogen esta disciplina porque aspiran a solucionar problemas de la vida real. ¿Es eso lo que se enseña actualmente en la academia?

Hace algunos días se difundió con rapidez una Iniciativa Internacional de Estudiantes por el Pluralismo en la Economía, suscrita por 65 grupos de estudiantes universitarios de 30 países, que expresaban mediante una carta abierta su desencanto con la forma en que se enseña la ciencia económica. Ese desencanto se suma a los de muchas personas del mundo de los negocios y de las finanzas que no se explican la incapacidad de los economistas de advertir sobre la crisis mundial de hace un quinquenio.
Algunas quejas de los estudiantes tienen que ver con sus sospechas de que el material de enseñanza refleja únicamente el pensamiento occidental. Lo anterior está relacionado con otras críticas mucho más radicales que cuestionan ya no sólo los enfoques tradicionales de enseñanza, sino que también (y especialmente) el sistema capitalista en el que se sustenta la mayor parte de la ciencia económica. Así, afuera de la profesión abundan los ataques contra –por ejemplo- los conceptos de cómo funcionan el mercado y los precios, o contra el valor informativo y práctico de las cuentas macroeconómicas (como el PIB).
Muchas de estas críticas y ataques están desenfocados porque caen fuera del ámbito de competencia de la ciencia económica. Por ello, lo primero que convendría aclarar es la naturaleza científica de la Economía. La definición estándar que se enseña desde hace mucho tiempo indica que es la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios que, siendo escasos, tienen usos alternativos.
Claro está que no se trata de una ciencia “dura” (como podría serlo, por ejemplo, la Física). Una ciencia es una disciplina de pensamiento que hace hincapié en proponer hipótesis básicas y luego realiza experimentos controlados para comprobar la validez de las hipótesis. Los economistas no pueden hacer experimentos controlados en el laboratorio, sino que usan evidencia histórica y estadística para simular tales experimentos. La Economía es una ciencia en algunos aspectos y no en otros; pero lo mismo puede decirse de casi cualquier otra ciencia.
Si bien se trata de una disciplina relativamente joven que aún está en proceso de consolidar sus leyes e identificar las relaciones que la definen, a lo largo de su existencia ha generado un acervo de conocimiento (la oferta y la demanda, el análisis marginal, la importancia de la productividad, la ventaja comparativa, los rendimientos decrecientes, etcétera) alrededor del cual existe un aceptable nivel de consenso, que ha sido (y aún es) de utilidad para entender el comportamiento en sociedad y la manera en que éste puede ser utilizado para el bien común.
Ciertamente la disciplina de la Economía tiene muchas falencias, como el exagerado uso de los modelos matemáticos, o la propensión a la contaminación ideológica, o el privilegio excesivo que la academia (especialmente la dominante anglosajona) otorga a la investigación (cuantitativa) sobre la docencia, o el hecho de que en dicha investigación se ignora flagrantemente el análisis económico aplicado a los países con mayores niveles de pobreza.
El enfoque y la enseñanza de la Economía deben evolucionar con las circunstancias. Los estudiantes de Economía de hoy (y los que alguna vez lo fuimos) escogen esta disciplina porque tienen la expectativa de comprender, y quizá de solucionar, problemas económicos de la vida real: la pobreza, la inequidad, las crisis financieras, o la inflación. Es natural que se frustren cuando el pensum los obliga a memorizar modelos basados en el comportamiento de un agente económico que en teoría toma decisiones racionales. Lo importante es que la Economía no se empeñe en enseñar paradigmas metodológicos, sino en descubrir cómo las leyes esenciales y las relaciones básicas de la vida económica pueden usarse pragmáticamente para atender problemas del mundo real.
Todo el mundo, y especialmente los países pobres, se beneficiarían si hubiese más economistas tratando de descifrar los desafíos de la escasez. Con más y mejor investigación técnica, pragmática en vez de ideológica, sería más fácil diseñar políticas públicas basadas en evidencia objetiva –y no en los caprichos de los políticos-. La ciencia económica debe estar, pues, más dispuesta a abrirse al pragmatismo y a aventurarse fuera de sus torres de marfil.

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