martes, 29 de agosto de 2017
lunes, 28 de agosto de 2017
Acerca de la Política Macroeconómica
Guatemala no cuenta con una política económica integral. Antes de afirmar que la política macroeconómica "está agotada", habría que evaluar si en realidad tan siquiera se han intentado aplicar las medidas convencionales en este campo.
En las últimas semanas se han publicado opiniones
respecto de las políticas macroeconómicas en el país y alguna de ellas ha
llegado incluso a afirmar que dicha política “se agotó”. En gran medida esas
opiniones parecen centrarse en la política monetaria o en la política
cambiaria, pasando por alto el resto de componentes de la política
macroeconómica –que es mucho más amplia-, con lo que parecen confundir el todo
con las partes.
La política macroeconómica es un conjunto de reglas y
regulaciones del gobierno para controlar, influir o estimular los indicadores económicos
agregados, entre los que se incluyen la tasa de crecimiento de la producción, el
ingreso nacional, la oferta de dinero, la inflación, la tasa de empleo, la tasa
de interés, el tipo de cambio y muchos otros. Es, pues, un conjunto de
políticas (como la política fiscal, la política monetaria, la política
comercial, la política de manejo de la deuda, la política industrial, y las
políticas regulatorias e institucionales) que persiguen objetivos macro.
En Guatemala, la política monetaria, cambiaria y crediticia
parece ser la que más atención atrae (quizá porque es la única que tiene una
gobernanza específica, una ley orgánica, y una política explícita que se hace
pública y a la cual se le da seguimiento sistemático) y, desde hace varios
años, está centrada en propiciar las condiciones de estabilidad que más
favorezcan el buen desempeños de la economía nacional y, como se indicó, es solamente
una parte de la política macroeconómica. Sobre ella espero ampliar en una
próxima entrega.
El resto de políticas macro, lejos de constituir un
esquema agotado, son herramientas que el Estado de Guatemala no ha sabido, querido
o podido utilizar y que, en la práctica, casi nunca se han aplicado. Esto
incluye la política fiscal que, en teoría, debería consistir en el manejo de
los gastos y de los ingresos del gobierno para propiciar el crecimiento
sostenible de la economía. En realidad, nuestra política fiscal ha estado
operando en “modo sobrevivencia” desde hace muchos años.
Lejos de utilizar el presupuesto como una herramienta
para favorecer el crecimiento económico (lo que podría hacerse priorizando los
gastos en educación, salud, seguridad e infraestructura), la política fiscal
guatemalteca de los últimos quince años se ha dedicado a desperdiciar recursos
en programas clientelares e ineficientes (bolsas de alimentos, transferencias
de dinero arbitrariamente otorgadas, subsidios obscuros al transporte,
repartición de fertilizantes, aportes sin propósito para las municipalidades o
el deporte, y un largo etcétera). La política fiscal no está agotada, está
desnaturalizada.
Tampoco han avanzado en los últimos años las políticas
que –como una política comercial de integración centroamericana o una política de
promoción de la competencia- podrían contribuir a mejorar la eficiencia de la
economía y, con ello, la productividad nacional. Y, por si lo anterior fuera
poco, se han producido terribles retrocesos en el funcionamiento de las
instituciones que son fundamentales para el buen desempeño de los mercados y de
la productividad, tal como las encargadas de administrar la justicia, de
solucionar conflictos, de regular los mercados, o de garantizar los derechos de
propiedad.
lunes, 21 de agosto de 2017
¿Hay Acceso a los Servicios Financieros?
Para mejorar el acceso de la población a los servicios del sistema financiero (aumentar la profundización financiera) es necesario aplicar reformas legales e institucionales, tales como el fortalecimiento del Registro de Garantías Mobiliarias, una ley que regule las quiebras e insolvencias, y un marco regulatorio que incentive la operación de los burós de crédito y el acceso a la información que estos proveen¿
Uno de los aspectos que más llamó la atención durante
la conferencia Centroamérica al Día (de COPADES) que tuvo lugar la semana
pasada, fue que Guatemala es el país de la Región con el menor grado de
penetración financiera, cuando esta se mide como el porcentaje que el crédito
bancario representa respecto de la producción: el 37% en nuestro país es menor
que el 42% en Nicaragua y el 44% en El Salvador, y contrasta aún más con el 58%
de Costa Rica, el 60% de Honduras y, por supuesto, el 90% de Panamá.
El tema es importante porque hay una relación entre el
grado de profundización financiera de un país y sus niveles de bienestar y
progreso material. Así lo demuestran estudios como el del Boston Consulting
Group que ha encontrado una estrecha correlación entre su indicador de
inclusión financiera (el porcentaje de individuos mayores de 15 años que poseen
una cuenta bancaria) y su indicador de desarrollo económico sostenible para un
amplio número de países. También existe evidencia empírica de que una mayor
profundización financiera contribuye a la reducción de la pobreza y de la
desigualdad.
La profundización financiera es multidimensional y,
para el caso de Guatemala, no todas son malas noticias. Nuestro país es uno de
los que ofrece mayor acceso físico a la infraestructura financiera. Según
estudios del Fondo Monetario Internacional, el número de agencias bancarias ha
crecido de 18.8 por cada cien mil habitantes en 2004, a 37 en 2014 (el promedio
de Latinoamérica ese año fue de 24); además, el número de cajeros automáticos
en Guatemala (si bien concentrados en las áreas urbanas del país) fue de 36 por
cada cien mil habitantes, superior a los 25 cajeros en promedio
latinoamericano, también en 2014.
Lo que hace falta es que ese acceso físico con el que
hoy contamos se traduzca en un mayor uso efectivo de los servicios financieros
por parte de la población de todos los niveles de ingreso: solo el 60% de las
pequeñas y medianas empresas del país maneja cuentas bancarias (el promedio en
Latinoamérica es de 92%). Si bien el relativo rezago de la penetración
financiera en el país refleja una serie de factores estructurales (bajo nivel
de ingreso per cápita, falta de educación financiera, prevalencia del sector
informal y débil estado de derecho), mucho puede hacerse desde el gobierno para
promover el acceso a los servicios financieros mediante el desarrollo de un
marco legal, regulatorio e institucional apropiado y de un ambiente donde la
información financiera fluya efectivamente.
Ya se ha avanzado, desde el ámbito regulatorio, en el
diseño de una estrategia nacional para la inclusión financiera, la regulación
de las microfinanzas y la emisión de normas para las transacciones con dinero
móvil, pero aún resta mucho por avanzar en el campo legislativo e
institucional. Es importante, por ejemplo, un marco legal (es decir, las leyes
y su correcta aplicación) que proteja los derechos de propiedad y los derechos
de los acreedores (sin lo cual se desincentiva el crédito y se alienta a los
deudores a no pagar).
lunes, 14 de agosto de 2017
¿Es Viable un Pacto de País?
La lucha contra la impunidad sigue avanzando, y eso está muy bien. Pero si, al mismo tiempo, no hacemos reformas institucionales profunda, el esfuerzo habrá sido en vano. Se necesita urgentemente que los guatemaltecos abracemos una agenda mínima de coyuntura y que surjan los liderazgos que la impulsen
Guatemala está viviendo una compleja transición que,
esperemos, nos lleve de un Estado donde imperaba la impunidad y la corrupción,
a uno donde impere la ley. Pero, al mismo tiempo, la transición conlleva
evidentes incertidumbres que, entre otros efectos, se manifiesta en una
parálisis del gasto público y de la inversión privada. Resulta evidente la
ausencia de una ruta priorizada para el país, así como el vacío de liderazgos a
todo nivel. Sabemos qué queremos destruir, pero no qué queremos construir. En
ese contexto, han surgido diversas mesas de diálogo entre ciudadanos notables
que, desarticuladamente –hasta ahora-, buscan impulsar algún acuerdo de país.
En los últimos veinte años ha habido diversos intentos
de impulsar políticas de Estado a través de procesos conducentes a un gran
pacto o acuerdo nacional, con escaso grado de éxito (como los Acuerdos de Paz,
el Pacto Fiscal, la Agenda Nacional Compartida o el Plan Visión de País). El
factor común de estos esfuerzos es que ninguno ha logrado manifestarse en una
agenda de políticas de estado que haya sido implementada exitosamente.
Hoy sigue siendo válida la idea de convocar a un acuerdo
de nación que promueva la concertación de intereses específicos. La
construcción de un pacto requiere que se identifiquen con precisión tres
elementos clave: una agenda de consenso, los impulsores-facilitadores del
proceso, y sus ejecutores. Definir el primer elemento (la agenda) no debería
ser muy complejo si se enfoca en aquellos temas en los que ya se percibe
consenso entre diversas fuerzas sociales del país y en los que existen
propuestas avanzadas.
Dicha agenda de coyuntura debe incluir reformas
institucionales tan cruciales como la del sistema electoral, la del sector
justicia, la del servicio civil y la de los sistemas de compras del gobierno y
de fiscalización del gasto público. También debería incluir algunos temas
básicos de la política social que focalicen las políticas públicas –y la mejora
de la calidad del gasto gubernamental- en los temas de nutrición, salud,
educación, e infraestructura y vivienda.
El segundo elemento del pacto nacional (los
impulsores-facilitadores) resulta fundamental para estructurar e impulsar esa agenda
consensuada. Lo ideal sería que las distintas mesas de diálogo que han empezado
a conformarse se unan en torno a un proyecto de agenda de coyuntura como el
esbozado arriba, de manera que las fuerzas impulsoras-facilitadoras pueden
incluir a las iglesias, la academia, alguna especie de ciudadanos notables (con
reconocimiento y legitimidad social) y, especialmente, la comunidad internacional,
la cual ha estado apoyando firmemente la depuración (mediante la persecución
penal) del sistema corrupto que nos agobiaba, pero que ha descuidado la
necesaria reconstrucción institucional indispensable para un futuro viable como
país.
El tercer elemento (los ejecutores) del pacto de país
es, quizá, el más difícil de conformar: el gobierno central, los partidos
políticos en el Congreso, el sector empresarial y la sociedad civil organizada deberían
ser los actores centrales en este tipo de pactos. Desafortunadamente, los
partidos políticos han perdido completamente su capacidad de representar al
ciudadano y de liderar el debate público. Por ello, el esfuerzo de la sociedad
civil, del sector privado y de la comunidad internacional debe redoblarse para
posibilitar que el sector político recobre el rumbo y se una constructivamente
al esfuerzo de lograr un pacto de nación que nos saque del atolladero. De lo
contrario, la destrucción del antiguo régimen solo habrá dado lugar a un vacío
de consecuencias inimaginables.
lunes, 7 de agosto de 2017
Fomento al Emprendimiento
El principal apoyo que el gobierno puede darle a los
emprendedores, es el de propiciar un “campo de juego” adecuado para la innovación y los negocios: certeza
jurídica, infraestructura, educación y salud. Y que trate de molestar lo menos
posible.
El pasado fin de semana se llevó a cabo la cumbre de
emprendimiento Innovate 2017, en la que tuve el honor de participar como
moderador de un panel sobre “el fomento del emprendimiento en Centroamérica”.
Los panelistas fueron Boris Lemus (de Guatemala), Félix Maradiaga (Nicaragua),
Diana Martínez (Honduras), Sebastián Mendoza (Panamá) y Mario Valle (El
Salvador), todos ellos líderes de emprendimiento y de apoyo a emprendedores en
sus países.
El fomento del emprendimiento es un tema que
necesariamente dirige la atención hacia el rol del Estado. Los economistas
tendemos a creer que el Estado juega un papel clave en la promoción de la
innovación y el emprendimiento, por medio de intervenciones directas (como la
creación de fondos para financiar emprendimientos, o la introducción de
deducciones o privilegios tributarios para los emprendedores), o indirectas (invirtiendo
en bienes públicos como la investigación, la infraestructura o la capacitación).
La clave es reconocer hasta dónde debe intervenir el
Estado y hasta dónde debe dejarse a los emprendedores privados asumir sus
riesgos y organizarse para enfrentar los riesgos inherentes a la creación de
nuevas empresas. Conviene reconocer que a veces los gobiernos, por muy bien
intencionado que sea su apoyo hacia el emprendimiento, acaban por desperdiciar
sus recursos en vanos esfuerzos por intentar que se replique un Valle del Silicón
en sus países; ciertamente los emprendedores fracasan con frecuencia, pero sus
inversionistas saben que deben detenerse cuando su propio dinero se agota. En
contraste, los gobiernos pueden seguir tirando el dinero de los contribuyentes.
Una forma de minimizar el riesgo de que los gobiernos
apliquen políticas públicas de fomento al emprendimiento que resulten, a la
larga, contraproducentes, es identificar cuáles son los cuellos de botella que
más afectan a los potenciales emprendedores. En el panel surgió que los
principales obstáculos al emprendimiento en la región centroamericana se
relacionan con la calidad de la mano de obra, la inseguridad física y jurídica,
la falta de mentores que acompañen los emprendimientos, la escasez de proyectos
de escala, y la falta de financiamiento.
Los panelistas concluyeron, a partir de su experiencia
en sus propios países y su conocimiento de experiencias diversas en la región,
que la mejor forma en que el Estado puede fomentar el emprendimiento es a
través de la provisión de los servicios básicos que habilitan la innovación, la
apertura y la gestión de negocios nuevos: inversión en capital humano
(educación y salud), generación de infraestructura de comunicaciones, y oferta
de instituciones públicas eficientes que velen por que exista certeza jurídica
y seguridad ciudadana. Un Estado bien administrado es una parte vital para un
sistema de innovación y emprendimiento exitoso. En ese contexto, los programas
de fomento más específicos (como los fondos de financiamiento o los centros de
entrenamiento para emprendedores) resultan solo complementarios y secundarios.
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