Desde el punto de vista de la teoría económica, el costo de la conducta criminal depende de
la probabilidad de ser atrapado y de la severidad del castigo que se recibirá
La semana pasada se llevó a cabo el primer Congreso
Nacional de Seguridad, organizado por las gremiales de empresas de servicios de
seguridad. Como parte del evento, fui invitado por el Comité Organizador a
participar en un panel de discusión (que también integraron Paola Hurtado,
Phillip Chicola, y Rodolfo Muñoz Piloña, moderado por Juan Carlos Sandoval),
con la encomienda de dar una visión de la (in) seguridad desde el punto de
vista de la ciencia económica.
Con ese marco de referencia, se mencionaron las cifras
que contundentemente evidencian los enormes costos que la inseguridad y la
delincuencia imponen a las posibilidades de desarrollo del país. Diversos
estudios demuestran que la inseguridad genera costos que representan una buena
proporción de la actividad productiva nacional. Un estudio de PNUD mostraba que
la violencia le cuesta a Guatemala alrededor de un 7.3% de su PIB: 2.8% por
gastos asociados a la pérdida de salud de la población; 0.8% por gastos
gubernamentales en seguridad y justicia; 1.8% por gastos en contratación de
seguridad privada; 0.8% por pérdidas materiales; y, 1.2% por el deterioro del
clima de inversión.
Curiosamente, unos días antes del Congreso había
fallecido el profesor Gary Becker, premio Nobel de Economía, quien entre su prolífica
investigación había incursionado en campos que tradicionalmente se consideraban
sociológicos, como por ejemplo los temas de discriminación racial, criminalidad,
organización familiar, y adicción a las drogas. Becker sostuvo siempre que muchos
tipos diferentes de comportamiento humano (incluyendo el criminal) pueden ser compatibles
con la maximización racional de la utilidad individual. De manera que resultó
oportuno compartir con el panel dicho enfoque, especialmente porque de él
pueden derivarse conclusiones útiles en materia de políticas públicas de
prevención y de combate a la criminalidad.
La teoría económica del crimen parte del supuesto
(lúgubre, como es usual en la ciencia económica) de que los individuos sopesan racionalmente
todas sus opciones, incluyendo los ilegales: si se presenta una oportunidad de
obtener una utilidad sin riesgo de errores, la van a aprovechar. Con base en
ello Gary Becker estableció en 1968 un marco teórico para analizar cómo los
delincuentes sopesan los costos y beneficios de infringir la ley. El coste
previsto de la conducta criminal depende de dos factores fundamentales: uno es
la probabilidad de ser atrapado; y el otro es la severidad del castigo que
recibirán en caso de ser atrapados.
Los aspirantes a criminales sopesan esos factores
versus los beneficios del crimen. Si la probabilidad de ser atrapado o el nivel
del castigo son demasiado bajos, entonces los costos esperados podrían ser
compensados por los beneficios y, en tal caso, el crimen sí paga y resulta
racional. De aquí se deriva que los objetivos de la acción contra el crimen
deben enfocarse tanto a aumentar la probabilidad de capturar a los delincuentes,
como a aumentar la severidad de los castigos en proporción al crimen.
Esas son precisamente las metas a perseguir por parte
de las políticas de prevención y combate a la delincuencia. Eso sí, tales metas
deben perseguirse de forma equilibrada. Los castigos, aunque estrictos, deben ser proporcionales al crimen cometido pues, de lo contrario,
pueden ser contraproducentes. Si son excesivamente rigurosos, tenderán a no ser
aplicados, a acarrear costos muy elevados en caso de errores judiciales, o a
inhibir el emprendimiento humano en caso de negocios naturalmente riesgosos.
Por otra parte, aunque existan castigos severos, si existe una baja probabilidad
de atrapar a los malhechores, en nada disuadirán el comportamiento criminal.
Una de las conclusiones del panel de discusión fue que, con base en lo
apuntado, el combate a la inseguridad puede ser conceptualizado desde una
perspectiva económica como una inversión; es decir que cualquier gasto que se
realice en este campo, si está enfocado en los objetivos antes descritos, no será
dinero desperdiciado sino que va a generar ingresos en el futuro. Asimismo, que
dicha inversión social será más eficiente en la medida en que privilegie la
prevención del crimen y se realice de manera coordinada y complementaria entre
la autoridad estatal, el sector empresarial y las comunidades.
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