Lo que más llama la atención de la propuesta mexicana es lo que está ausente en ella: la necesidad de fortalecer la capacidad de los estados centroamericanos para cumplir con sus funciones básicas
La semana
pasada, Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores de México, se
presentó en la Casa Blanca con un Plan de Desarrollo para Centroamérica. Este
mini-Plan Marshall –cuyo objetivo central es reducir las migraciones de
centroamericanos hacia el Norte- fue elaborado para el gobierno mexicano por la
Comisión Económica para América Latina –CEPAL-, agencia de la ONU cuyos
estudios y propuestas –vale la pena recordarlo- no suelen tener ni la
profundidad ni la calidad de los que preparan otras instituciones
multilaterales (como el Banco Mundial o, incluso, el Banco Interamericano de
Desarrollo, ambas con más y mejores recursos que la CEPAL), pero que
ideológicamente es más afín al presidente López Obrador.
La propuesta de
la CEPAL parte de un diagnóstico bastante acertado en cuanto a que la migración
es un fenómeno multicausal cuyos principales disparadores son el lento
crecimiento de las economías del Triángulo Norte, su gran incidencia de
pobreza, la incapacidad de las ciudades para absorber la creciente población,
la violencia generalizada, los desastres naturales mal manejados y los bajos
salarios en comparación con los de Estados Unidos. Pero el mini-Plan Marshall
resultante es, básicamente, una propuesta de aumentar los ingresos tributarios
y el gasto público en megaproyectos (infraestructura vial y energética), además
de aumentar el gasto social (educación y salud) y mejorar la gestión ambiental,
todo lo cual implicaría un gasto anual de US$10 millardos a ser financiado por
los tres países centroamericanos, México y, principalmente, los Estados Unidos.
Lo que más llama
la atención de la propuesta mexicana es lo que está ausente en ella: la
necesidad de fortalecer la capacidad de los estados centroamericanos para
cumplir con sus funciones básicas. Los gobiernos del Triángulo Norte son cada
vez más incapaces de desplegar sus fuerzas de seguridad pública en todos sus
territorios, incapaces de impartir justicia pronta para combatir el crimen y
para resolver disputas civiles o mercantiles, incapaces de proporcionar
carreteras y caminos que conecten eficientemente sus mercados y comunidades,
incapaces de brindar servicios de salud primaria a su población, e incapaces de
proveer educación básica de calidad a sus niños y jóvenes. Esa incapacidad no
se debe tanto a la falta de recursos financieros, como al dramático deterioro
en la calidad de las instituciones públicas que se ha agravado en los últimos
años.