La Declaración de Estocolmo no llega a significar un cambio de paradigma en la manera de formular la política económica, ya que los fundamentos y leyes de la Economía siguen siendo los mismos. Sin embargo, plantea algún enfoque novedoso que puede aportar las políticas públicas contemporáneas
La Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el
Desarrollo –ASDI- reunió a finales del año pasado a un selecto grupo de 13
economistas del todo el mundo para que revisaran si las premisas convencionales
que han regido la política económica en los últimos años continúan siendo
válidas. La conclusión más importante del cónclave fue que las políticas de
estabilización no son suficientes para generar un crecimiento económico
incluyente (aunque tampoco han sido, per
se, perjudiciales). Con esa obviedad en mente, identificaron ocho
principios generales que deben guiar la política económica para el desarrollo y
los publicaron bajo el nombre de Declaración de Estocolmo. Veamos.
Primero, “el crecimiento del PIB no es un fin en sí
mismo”. Esto es videntemente cierto (no conozco ningún estudio serio que
sostenga lo contrario). Sin embargo, la Declaración de Estocolmo reconoce que,
aunque no sea un fin en sí mismo, el crecimiento económico es indispensable
para proveer los recursos que requiere el bienestar humano: empleo, consumo
sostenible de bienes y servicios, techo, salud, educación y seguridad.
Segundo, “la política económica debe promover el
desarrollo incluyente”. Esto implica que debe velar porque ningún grupo se
quede excluido de los frutos del progreso; ello implica prestar atención a los
sectores más pobres y vulnerables de la sociedad. De no hacerlo se pondría en
riesgo la continuidad del crecimiento económico, pues se generarían tensiones
sociales y turbulencias políticas.
Tercero, “la sostenibilidad ambiental es un requisito,
no una opción”. Este principio sí es novedoso, pues exige integrar a la
política económica convencional medidas de mitigación y adaptación al cambio
climático. Cuarto, “necesidad de equilibrar el mercado, el Estado y la comunidad”.
Esto implica que, siendo los mercados fundamentalmente instituciones sociales,
requieren a veces de regulaciones que les permitan cumplir con su función
esencial de asignar los recursos eficientemente y, aunque la Declaración no lo
explicita, cae de su peso que lo anterior requiere que existan instituciones
(gubernamentales y sociales) eficientes.
Quinto, “propiciar la estabilidad macroeconómica, pero
con flexibilidad”. La Declaración reconoce que la estabilidad económica es
indispensable para lograr el crecimiento y el bienestar pero, razonablemente,
sugiere que las políticas económicas que la propicien deben tener una visión de
mediano plazo y no solo perseguir metas de corto plazo. Sexto, “atender el
impacto del cambio tecnológico sobre la desigualdad”. Este principio, parecido en
intención al segundo principio, reconoce que es inevitable (como lo ha sido a
lo largo de la historia) que el cambio tecnológico cause desempleo, aunque sea
temporalmente, por lo que deben implementarse políticas que mitiguen tal
efecto.
Siete, “las normas sociales, los valores y las
actitudes son importantes”, lo cual parece sugerir, por ejemplo, que una
sociedad tolerante a la corrupción será menos capaz de lograr el desarrollo
sostenible que una sociedad con instituciones fuertes que garanticen la
probidad. Y octavo, “la comunidad internacional tiene un rol importante”,
especialmente en cuanto a evitar que los países recurran unilateralmente a
políticas que restrinjan el comercio, las migraciones o el correcto
cumplimiento de las obligaciones tributarias.