Sin una efectiva rendición de cuentas, la
autonomía universitaria deviene ilegítima
La Universidad de San Carlos –USAC- culminó
recientemente el proceso interno de elección de quien será su nuevo rector para
el período 2014-2018. Quizá cuatro años sean muy pocos para enfrentar los
innumerables retos que Carlos Alvarado Cerezo deberá enfrentar para revertir
los graves problemas académicos, económicos y administrativos que aquejan a la
universidad estatal, de donde se hace evidente que él y su equipo deberán
priorizar sus acciones y enfocar sus esfuerzos en los temas más ingentes.
Una forma adecuada de establecer esas prioridades es
partir del reconocimiento de que la USAC es una entidad pública que se sostiene
fundamentalmente con el aporte que todos los guatemaltecos –pobres y ricos,
urbanos y rurales, jóvenes y viejos- hacemos mediante el pago de nuestros
impuestos. En efecto, los guatemaltecos le confiamos a la USAC más de Q1400
millones al año, principalmente para que le brinde educación a más de 180 mil
estudiantes que, en su mayoría, pertenece a los estratos socioeconómicos medios
del país.
En ese sentido, resulta incuestionable que uno de los
principales desafíos (quizá el más importante de todos) de la nueva
administración sancarlista sea el de poner en orden la casa, lo cual supone,
antes que nada, rendirle cuentas claras a la sociedad de la cual se sostiene y
a la cual se debe. El precio de la autonomía que la Constitución Política de la
República le confiere a la USAC debe ser (como lo debió ser siempre) el uso
eficaz y transparente de los recursos del erario público que se le confían
anualmente. Sin una efectiva rendición de cuentas, la autonomía universitaria deviene
ilegítima.
Los más denodados esfuerzos de las autoridades
universitarias deberían entonces dirigirse a explicar cuán eficiente es esa
casa de estudios en brindar educación superior de calidad y en realizar
investigación científica a favor de la sociedad guatemalteca; asimismo, y no
menos importante, esos esfuerzos deben dirigirse a rendir cuentas respecto de
cómo gastan o invierten los cientos de millones de quetzales que reciben del
gobierno central. Para el efecto no hace falta inventar el agua azucarada, sino
seguir el ejemplo de las mejores prácticas en materia de transparencia
administrativa de otras universidades estatales de este Hemisferio.
Una manera pragmática de hacerlo sería que el nuevo
rector persuada al Consejo Superior Universitario de que, en aplicación de las
pautas exitosas de buen gobierno corporativo, conformen comités específicos
especializados en los distintos temas estratégicos sobre los cuales la USAC
debe responder ante la ciudadanía, especialmente en materia presupuestaria, administrativa
y financiera. Un comité para administrar el patrimonio universitario y el
manejo de los asuntos presupuestarios, y otro comité de auditoría, ambos
conformado por personas de reconocida honorabilidad y experticia en asuntos
financieros, podría ser un gran avance.
El funcionamiento de dichos comités, que idealmente deberían
ser independientes del rector y del Consejo, garantizaría un manejo más
transparente y probo de su abultado presupuesto. Las autoridades también
deberían adoptar la sana costumbre de publicar periódicamente sus estados
financieros, debidamente dictaminados por un auditor externo calificado, los
cuales deberían estar disponibles como información pública junto con
información mensual de los estados de situación financiera; el estado de
ingresos, gastos e inversiones; así como las revisiones, observaciones y el
seguimiento de los resultados de auditoría interna practicadas a diferentes
instancias universitarias. La USAC también debería publicar un sistema de
indicadores para medir su desempeño como, por ejemplo, cuánto es su gasto anual
por alumno; qué porcentaje de quienes ingresan a la universidad se gradúan;
cuántos artículos académicos en revistas internacionales o cuántos libros
publican sus profesionales.
El desafío del nuevo rector pasa por comprender que la mejor y más
decente manera de darle legitimidad y sostenibilidad a la autonomía
universitaria consiste en rendirle cuentas claras a la población respecto del
manejo de los millonarios recursos a su cargo y de los resultados académicos
con ellos obtenidos. Ese sería el primer gran paso concreto en el rescate
institucional de la universidad estatal.
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