Esta semana la Junta Monetaria revisó e introdujo algunos ajustes a la política monetaria. Dichos ajustes son apropiados pero, quizá, demasiado modestos. Las mejoras a dicha política deben enfocarse
en adoptar acciones de política macro-prudencial como en otros países y en hacer más efectivas las señales de los precios en los mercados cambiario y monetario.
Hace unas semanas se publicó un trabajo de
investigación sobre la situación y efectividad de la política monetaria en los
países latinoamericanos que siguen un esquema de metas explícitas de inflación,
entre los que se incluye Guatemala. El estudio de Nicolas Magud y Evridiki
Tsounta (economistas del FMI) trata de medir si la política monetaria está
siendo, o no, demasiado restrictiva, al comparar la tasa de interés líder del
banco central con una tasa “neutral” estimada.
Para Guatemala, el referido estudio concluye que la
política monetaria es aún “un tanto acomodaticia”, es decir, ligeramente
expansiva porque la tasa de interés líder está por debajo de la tasa neutral
estimada, ello a pesar de que el ritmo de crecimiento de la economía se ha
recuperado luego de la desaceleración de 2009. Pero el estudio también advierte
que dicha conclusión debe ser tomada con cautela debido a que la efectividad de
la política monetaria en Guatemala puede ser más débil que en otros países con
mercados financieros más avanzados.
En efecto, en nuestra economía los mecanismos de
transmisión monetaria son débiles (las tasas de interés del mercado responden
poco ante cambios en la tasa de interés líder), el esquema de metas de
inflación es aún inmaduro, los mercados de liquidez están muy segmentados, las
necesidades de liquidez del gobierno distorsionan los precios financieros, el tipo
de cambio es muy inflexible, y la profundización financiera (es decir, el uso
del sector financiero formal por parte de los agentes económicos) es aún muy
baja.
Lo anterior sugiere la conveniencia de profundizar las
mejoras que se han venido introduciendo en la política monetaria desde que se
aprobó la nueva Ley Orgánica del Banco de Guatemala hace diez años. Pero
también sugiere que dichas mejoras no deben enfocarse en medidas simplistas
(como reducir arbitrariamente la tasa líder de interés), ni en medidas
aventuradas –y, quizá, ilegales- (como despojar el banco central de sus
reservas internacionales para que el gobierno las gaste) que, con la excusa de
procurar el crecimiento económico, pueden dañar la ya débil efectividad de la
política monetaria.
Por el contrario, las mejoras a dicha política deben
enfocarse en adoptar acciones de política que se han venido aplicando con éxito
en otros países. Destacan entre ellas las políticas llamadas “macro-prudenciales”
que complementen el esquema de metas de inflación con medidas que limitan la
volatilidad y minimizan los riesgos en las operaciones del sector financiero.
La creciente adopción de medidas macro-prudenciales
alrededor del mundo se debe a que la reciente crisis financiera mundial
demostró que la regulación financiera tradicional (micro-prudencial, que se
enfoca en la situación de instituciones o productos financieros individualmente
considerados) no tomaba en cuenta la “foto panorámica” del sistema financiero y
su relación con la economía nacional, lo que hacía que los supervisores no
vieran el bosque por fijarse en los árboles.
De manera que el establecimiento de una política macro-prudencial
(que vele por la seguridad del sistema financiero y capture su interrelación
con el sistema económico) debe ser una parte integral de la estrategia general
del banco central, en conjunto con su esquema de metas de inflación y los
objetivos de estabilidad del sistema de pagos, así como con sus instrumentos de
política como las tasas de interés a corto plazo, la intervención cambiaria, la
gestión de la liquidez a distintos plazos, los servicios de prestamista de
última instancia, y medidas cuantitativas como el encaje o los límites de calce
de monedas y plazos en las operaciones bancarias.
El desafío es, pues, establecer las medidas de
política necesarias para garantizar que la estabilidad de precios y la
estabilidad financiera son consistentes sabiendo que, normalmente, un gran
aumento del apalancamiento, del crédito bancario y de los desajustes
financieros suelen ocurrir al mismo tiempo que un crecimiento acelerado de la demanda
agregada y de las presiones inflacionarias, y viceversa.
En estas medidas debe centrarse la política monetaria y financiera, sin
olvidar que el crecimiento de largo plazo pasa más por la eficacia de otro tipo
de políticas como la fiscal y, especialmente, las de productividad y
fortalecimiento institucional.