Ahora que, atendiendo al llamado de la modernidad, se le estará dando a la SAT la posibilidad de acceder a la información bancaria de los contribuyentes, sería un error garrafal quitarle la poca autonomía funcional que dicha entidad aún posee, dejándola a cargo de un Directorio totalmente alineado con el presidente de turno.
La Superintendencia de Administración Tributaria –SAT-
se creó en 1998 como una entidad descentralizada con autonomía funcional,
económica, financiera, técnica y administrativa. Una de las principales razones
de su creación fue la necesidad de contar con una agencia estatal que fuera independiente
de las presiones políticas y sectoriales que habían tomado por asalto la
antigua Dirección General de Rentas Internas del Ministerio de Finanzas,
entidad donde se enquistaron mafias nefastas (como la tristemente famosa Red
Moreno) dedicadas a defraudar al fisco y robar el dinero de los contribuyentes.
Por desgracia, en la medida en que la SAT fue
perdiendo paulatinamente la independencia con que había sido originalmente
concebida, las mafias (como la de La Línea, dirigida desde la propia
presidencia de la República) retornaron a la administración tributaria. Y resulta
que ahora quieren olvidarse esas lecciones del pasado ya que, mediante una
reforma legal, se pretende despojar al Directorio de la SAT de la escasa
autonomía de la que aún goza.
En efecto, mediante la iniciativa número 5056, firmada
por un grupo de diputados y presentada públicamente la semana pasada en un acto
presidido por representantes de la bancada de la UNE, del Ministerio de
Finanzas Públicas y del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales –ICEFI-,
se plantean reformas a la Ley Orgánica de la SAT que implicarían un grave
retroceso para la independencia funcional y técnica de la entidad, ya que se
busca modificar la integración de su Directorio para dejarlo sin miembros
independientes y, con ello, prácticamente sin contrapesos ante los designios
del Ejecutivo.
Con ello se estaría caminando en sentido contrario a la
buena práctica, de larga data en el ordenamiento jurídico guatemalteco, de
fortalecer la institucionalidad pública mediante la creación de agencias
descentralizadas a cargo de actividades estatales especializadas –como, por
ejemplo, el seguro social, la banca central o la universidad estatal-. Ello,
además, se alejaría de buenas prácticas que se observan en las autoridades
tributarias de países como Australia o México, donde el comité directivo
incluye miembros independientes de la autoridad política.