La lucha contra la impunidad sigue avanzando, y eso está muy bien. Pero si, al mismo tiempo, no hacemos reformas institucionales profunda, el esfuerzo habrá sido en vano. Se necesita urgentemente que los guatemaltecos abracemos una agenda mínima de coyuntura y que surjan los liderazgos que la impulsen
Guatemala está viviendo una compleja transición que,
esperemos, nos lleve de un Estado donde imperaba la impunidad y la corrupción,
a uno donde impere la ley. Pero, al mismo tiempo, la transición conlleva
evidentes incertidumbres que, entre otros efectos, se manifiesta en una
parálisis del gasto público y de la inversión privada. Resulta evidente la
ausencia de una ruta priorizada para el país, así como el vacío de liderazgos a
todo nivel. Sabemos qué queremos destruir, pero no qué queremos construir. En
ese contexto, han surgido diversas mesas de diálogo entre ciudadanos notables
que, desarticuladamente –hasta ahora-, buscan impulsar algún acuerdo de país.
En los últimos veinte años ha habido diversos intentos
de impulsar políticas de Estado a través de procesos conducentes a un gran
pacto o acuerdo nacional, con escaso grado de éxito (como los Acuerdos de Paz,
el Pacto Fiscal, la Agenda Nacional Compartida o el Plan Visión de País). El
factor común de estos esfuerzos es que ninguno ha logrado manifestarse en una
agenda de políticas de estado que haya sido implementada exitosamente.
Hoy sigue siendo válida la idea de convocar a un acuerdo
de nación que promueva la concertación de intereses específicos. La
construcción de un pacto requiere que se identifiquen con precisión tres
elementos clave: una agenda de consenso, los impulsores-facilitadores del
proceso, y sus ejecutores. Definir el primer elemento (la agenda) no debería
ser muy complejo si se enfoca en aquellos temas en los que ya se percibe
consenso entre diversas fuerzas sociales del país y en los que existen
propuestas avanzadas.
Dicha agenda de coyuntura debe incluir reformas
institucionales tan cruciales como la del sistema electoral, la del sector
justicia, la del servicio civil y la de los sistemas de compras del gobierno y
de fiscalización del gasto público. También debería incluir algunos temas
básicos de la política social que focalicen las políticas públicas –y la mejora
de la calidad del gasto gubernamental- en los temas de nutrición, salud,
educación, e infraestructura y vivienda.
El segundo elemento del pacto nacional (los
impulsores-facilitadores) resulta fundamental para estructurar e impulsar esa agenda
consensuada. Lo ideal sería que las distintas mesas de diálogo que han empezado
a conformarse se unan en torno a un proyecto de agenda de coyuntura como el
esbozado arriba, de manera que las fuerzas impulsoras-facilitadoras pueden
incluir a las iglesias, la academia, alguna especie de ciudadanos notables (con
reconocimiento y legitimidad social) y, especialmente, la comunidad internacional,
la cual ha estado apoyando firmemente la depuración (mediante la persecución
penal) del sistema corrupto que nos agobiaba, pero que ha descuidado la
necesaria reconstrucción institucional indispensable para un futuro viable como
país.
El tercer elemento (los ejecutores) del pacto de país
es, quizá, el más difícil de conformar: el gobierno central, los partidos
políticos en el Congreso, el sector empresarial y la sociedad civil organizada deberían
ser los actores centrales en este tipo de pactos. Desafortunadamente, los
partidos políticos han perdido completamente su capacidad de representar al
ciudadano y de liderar el debate público. Por ello, el esfuerzo de la sociedad
civil, del sector privado y de la comunidad internacional debe redoblarse para
posibilitar que el sector político recobre el rumbo y se una constructivamente
al esfuerzo de lograr un pacto de nación que nos saque del atolladero. De lo
contrario, la destrucción del antiguo régimen solo habrá dado lugar a un vacío
de consecuencias inimaginables.
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