El Congreso es hoy la institución que menos confianza inspira en la ciudadanía. Urge rescatarlo, limpiarlo, prestigiarlo y dignificarlo, pero siempre dentro del orden legal, constitucional democrático en el que se basa nuestra república
El principio de separación de poderes (Ejecutivo,
Legislativo y Judicial) es la columna vertebral de cualquier república
democrática. Para ser efectivo, dicho principio precisa que el Legislativo
cumpla a cabalidad su rol dentro de un sistema de pesos y balances que permita
la limitación, el equilibrio y el control mutuo del poder parlamentario con los
otros dos poderes del Estado. Para ello, es necesario que cada uno de los tres
organismos goce de capacidad técnica, de autoridad política y de credibilidad. Lamentablemente,
el Congreso de la República es hoy la institución que menos confianza inspira
en la ciudadanía.
En la opinión pública están proliferarando términos
tan peligrosos como “refundación del Estado”, “depuración violenta” y hasta
“desaparición” del parlamento. Estas visiones extremas, aunque fueran bien
intencionadas, no solo atentan contra la institucionalidad republicana, sino
que son contrarias al espíritu ciudadano surgido en abril de 2015 que se
manifestó y logró una depuración del Estado, pero respetando el marco
constitucional vigente, es decir, siguiendo un rumbo ordenado de reformas
graduales, la mayoría de las cuales aún están pendientes. Forzar una
refundación radical del Estado mediante la desaparición de sus instituciones
equivale a incendiar la casa con el pretexto de exterminar una invasión de
termitas.
Lo que la delicada coyuntura política actual demanda
no es la destrucción del Congreso, sino su dignificación y fortalecimiento. Una
forma en que puede empezar a lograrse es mediante la identificación e impulso
–con una discusión seria y su eventual aprobación- de una agenda focalizada, constructiva
e ideológicamente neutra que evite la polarización y, a la vez, contribuya a la
reconstrucción de las instituciones gubernamentales que la corrupción destruyó
a lo largo de las últimas décadas.
Tal agenda debe incluir temas cruciales como la
reforma al sector justicia (que, pese a gozar de amplios consensos respecto de
su parte orgánica, avanza a paso de tortuga en el hemiciclo), la reforma al
sistema electoral (que complemente la timorata reforma aprobada a finales de
2015), la reforma del servicio civil (que procure la eficiencia del aparato
estatal mediante la profesionalización de los funcionarios) y otras reformas
fundamentales que, como la de las instituciones a cargo de planificar,
contratar y ejecutar las obras de infraestructura pública, permitan mejorar la productividad
económica para generar más empleos y bienestar para la ciudadanía.
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