Esta pandemia no es el fin del mundo, pero muchas realidades económicas ya están cambiando
Las cifras de la pandemia siguen empeorando alrededor
del mundo. Mientras que en Europa lo peor de la crisis ya parece haber quedado
atrás, en los países en desarrollo -incluyendo Guatemala- el covid-19 está en
plena expansión, causando un enorme daño no solo en vidas humanas sino también
sobre la capacidad productiva de las economías. La magnitud del daño, sin
embargo, podría no ser tan grande al compararla con la ocasionada por otras
pandemias en el pasado.
Hasta ahora, se registran más de 7 millones a
afectados por el covid-19, con un saldo de más de 400 mil muertos. Se trata de
una pandemia grave, pero menos letal que otras grandes plagas de los últimos
siete siglos. Incluso si los aciagos números actuales del covid-19 se
duplicaran en los próximos meses, el saldo sería significativamente más
benévolo que en otras pandemias del pasado: la Peste Negra (año 1350) arrojó 75
millones de muertos; la Gran Peste de Sevilla (1650), dos millones; el cólera
en Rusia (1860), un millón; la Gripe Española (1919), cien millones; la
Encefalitis Alérgica (1925), 1.5 millones; y, la Gripe Asiática (1958), 2
millones.
La lección histórica es que, si bien este tipo de
tragedias acarrea gran sufrimiento humano y deja heridas en el tejido económico
y social, estas heridas no son mortales. Los costos del covid-19 podrían ser incluso
menores que en otras pandemias gracias a que la atención médica moderna y las
medidas de salud pública son más efectivas. Económicamente, el efecto económico
también será distinto porque el covid-19 afecta principalmente a los ancianos,
que ya no están en la fuerza laboral y tienden a ahorrar relativamente más que
los jóvenes, una gran diferencia con respecto a los siglos pasados cuando las
personas tenían expectativas de vida más cortas. Además, la agresiva expansión
fiscal emprendida esta vez por los gobiernos, si se maneja razonablemente,
podrá mitigar las consecuencias económicas de la pandemia.
No es, pues, el fin del mundo, pero muchas realidades
económicas ya están cambiando (y lo seguirán haciendo en los próximos meses),
lo cual demandará un esfuerzo de adaptación por parte de productores,
consumidores, inversionistas y gobiernos. Muchos de los problemas que enfrentaremos
en la próxima década no serán nuevos, sino simplemente versiones más extremas
de los que ya enfrentamos hoy: la pandemia solo las exacerbará. El desafío es salir
de esta crisis mejor que antes, en función de lo cual habrá que tomar medidas
para resolver estos problemas y lograr un cambio de fondo.
Las empresas saben ahora que no es sano que sus
cadenas de suministros dependan de una sola fuente. Los trabajadores deben
comprender que no pueden depender de una sola habilidad técnica. Los países en
vías de desarrollo deben resistirse ante (y combatir juntos) las crecientes tendencias
proteccionistas y antiglobalizadoras. Los gobiernos deben aprovechar la
expansión del gasto público -sabiendo que debe ser estrictamente temporal- para
incrementar la inversión pública en infraestructura, tecnología, salud pública
y educación.
La pandemia no es el fin del mundo, pero la nueva
normalidad nos exigirá un renovado esfuerzo de adaptación. La innovación será esencial
para buscar nuevas maneras de hacer las cosas, nuevas maneras de convivencia social
con visión de largo plazo, nuevas capacidades productivas y una nueva ética empresarial,
laboral y gubernamental.
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