La pandemia de covid-19
ha desencadenado tres emergencias que el gobierno debe
enfrentar de forma simultánea. Primero, la emergencia sanitaria, que exige ampliar
la oferta de servicios médicos y la capacidad de atención ante una demanda que
amenaza con desbordar el sistema de salud; esto implica la ampliación inmediata
del acceso a los servicios (con más camas y unidades de cuidados intensivos), más
equipos médicos (de protección, respiradores, oxígeno, equipos para exámenes) y
más personal capacitado (médicos y enfermeros).
Hasta ahora, el gobierno guatemalteco ha manejado bien
esta primera emergencia, al decretar oportunamente las medidas de
distanciamiento social obligatorias, ganándole así tiempo al virus para aumentar
la capacidad hospitalaria del país, lo cual es primordial para evitar que un
sistema de salud pública tan débil como el nuestro colapse ante una más que
probable escalada de contagios. Evidentemente, aún queda mucho por hacer (la
crisis ha puesto en evidencia la ingente necesidad de fortalecer institucionalmente
el sistema de salud) pero, hasta ahora, se ha hecho lo humanamente posible con
los escasos recursos disponibles.
La segunda emergencia es la humanitaria: un gran
número de cuentapropistas y trabajadores informales se ha quedado sin ingresos
y otro enorme grupo de empleados en sectores afectados (como los de
restauración y hostelería) han quedado desempleados. El gobierno actuó
rápidamente para acopiar los recursos financieros que requieren los programas
de asistencia humanitaria. De los diez programas anti crisis lanzados por el
gobierno, siete son de ayuda humanitaria.
Hasta ahora, una extrema lentitud para ejecutar esos
programas ha sido la norma. De los siete programas solo uno (el reparto de 200
mil cajas de víveres) se ha ejecutado; los demás tienen una ejecución cercana a
cero, incluyendo el programa más grande de todos los existentes, llamado Bono
Familia, que con un gigantesco fondo de Q6 millardos se plantea otorgar transferencias
de mil quetzales a dos millones de familias durante tres meses. Este programa
-complementado con otros de reparto de alimentos que tampoco se han empezado a
ejecutar- es la pieza crucial para evitar que el confinamiento obligatorio
degenere en desesperación e ingobernabilidad. El gran desafío es ejecutarlos cuanto
antes, pero con gran transparencia.
La tercera emergencia es la económica, que amenaza con
la quiebra a muchas empresas gravemente golpeadas por la recesión mundial y por
las medidas internas de confinamiento. Hay dos programas gubernamentales clave
para enfrentarla. Uno es el Fondo para la Protección del Empleo que busca
apoyar, con Q2 millardos, a trabajadores con contratos suspendidos, pero que
(según las cifras disponibles el viernes) no había ejecutado ni un centavo. El
otro es el Fondo de Crédito para Capital de Trabajo que, con Q3 millardos,
daría créditos a empresas afectadas, pero que tampoco ha desembolsado nada.
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