lunes, 25 de mayo de 2020

Economía a Medio Cerrar

La decisión de cerrar la economía, aunque sea parcialmente, entraña costos y beneficios de cara a la pandemia
Guatemala fue uno de los países que más rápidamente decretó medidas de distanciamiento social, casi en el preludio de los contagios. Aunque dolorosas, las medidas de cierre de actividades y toques de queda no han sido tan estrictas ni tan rigurosas como en otros países. Desde el inicio, la “tienda de doña Chonita” siguió funcionando, los toques de queda fueron parciales y, además de las ramas esenciales de la actividad económica, siguieron operando las empresas que cumplieran con ciertos protocolos sanitarios esenciales. La economía ha estado a medio cerrar con medidas que (aunque criticadas por unos que las consideran muy restrictivas y por otros que las estiman muy blandas) se han ido adaptando al ritmo de la epidemia.

Y eso ha sido lo correcto. Si bien puede ser ilustrativa la experiencia de los países que sufrieron de primeros los embates de la pandemia, no es posible, ni aconsejable, simplemente copiar y pegar las medidas aplicadas por los países industrializados para intentar aplanar la curva de contagios. Hay diferencias importantes entre sus realidades y las nuestras que deben tomarse en cuenta para diseñar la respuesta de política pública ante la pandemia. Por ejemplo, la proporción de adultos mayores (los más vulnerables al covid-19) en la población guatemalteca (menos del 6 por ciento del total) es tres veces más baja que en los países ricos.

La informalidad económica también es diametralmente distinta aquí que en esos países. Más de dos tercios de la población económicamente activa vive de la economía informal, sin ahorros, lo que implica la necesidad de salir diariamente a ganarse el sustento y a abastecerse de alimentos (especialmente si se carece de refrigerador en casa). Asimismo, el hacinamiento en el hogar es mucho más elevado en Guatemala, donde viven en promedio casi cinco personas por hogar (contra menos de tres en los países avanzados), lo que hace humanamente intolerable un confinamiento muy prolongado -máxime cuando esos hogares, en promedio, apenas cuentan con dos ambientes-.

La decisión de cerrar la economía, aunque sea parcialmente, entraña costos y beneficios de cara a la pandemia: su propósito es ralentizar los contagios para evitar que los hospitales se desborden de enfermos y se incremente el número de muertes; pero nuestro sistema de salud es estructuralmente débil y su capacidad hospitalaria, limitada. Con las medidas adoptadas hasta ahora ya se ganó tiempo para acopiar los recursos financieros indispensables para la emergencia sanitaria e incrementar el número de camas en los hospitales. Lo que urge ahora es acelerar y eficientar las compras de suministros médicos.

Al mismo tiempo, debe anunciarse cuanto antes el plan de desescalada gradual para abrir la economía. En países en vías de desarrollo, la preocupación principal de la población (después de varias semanas de confinamiento) no es ya el riesgo de contagiarse, sino la de quedarse sin ingresos y sin alimentos. El peso del combate contra el covid-19 no puede seguir descansado por mucho más tiempo en el confinamiento forzoso, sino que debe empezar a recaer en medidas alternativas (como enfocar la cuarentena en los adultos mayores y enfermos crónicos, restringir el toque de queda a los fines de semana, concienciar masivamente -y facilitar- el lavado de manos y el distanciamiento social, y adoptar protocolos sanitarios en las empresas). La desesperanza generalizada no es buena aliada de la gobernabilidad; la población necesita ver una luz al final del túnel.

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