lunes, 9 de marzo de 2020

¿Es Factible la Integración Centroamericana?

Entre 1960 y 1978 Centroamérica se integró rápida y exitosamente; pero en la década de los ochenta, en el marco de los conflictos armados, el esfuerzo integracionista vivió un marcado retroceso

Está puesta sobre la mesa de discusión la idea de que la integración de los países centroamericanos (particularmente en el ámbito económico) puede ser una vía efectiva para lograr el desarrollo integral de nuestras naciones. Cabe preguntarse si, a estas alturas de un proceso que comenzó hace sesenta años, a lo largo de los cuales ha sufrido múltiples altibajos, aún es razonable pensar en que la integración económica de Centroamérica es un esfuerzo factible.

Conviene recordar que todo proceso de integración económica se da por etapas: área de comercio preferencial (primer paso en que los países de la región eliminan barreras arancelarias para ciertos productos); área de libre comercio (cuando acuerdan reducir o eliminar barreras al intercambio de todos los productos de la región); la unión aduanera (que elimina las barreras arancelarias y adopta un arancel externo común frente a los países no miembros); el mercado común (donde pueden circular libremente los bienes, servicios, capitales y mano de obra); la unión monetaria (que supone la adopción de una política monetaria común y una moneda única); y, la unión económica completa (con políticas comercial, monetaria y fiscal comunes, incluyendo tasas de interés y de impuestos comunes).

Centroamérica lleva décadas estancada en la etapa de unión aduanera, aunque esto no necesariamente debe interpretarse como un fracaso definitivo. Entre 1960 y 1978 la Región experimentó un acelerado proceso de intercambio y de institucionalización que generó una reducción sustancial del costo del comercio, aumentó la disponibilidad y diversidad de bienes y servicios, mejoró la eficiencia y promovió la cooperación entre los países. Fue una etapa cuyo enfoque fue exclusivamente en el ámbito económico y que alcanzó un éxito equiparable al de la integración europea en su momento.

En la década de los ochenta, en el marco de los conflictos armados, el esfuerzo integracionista vivió un marcado retroceso. Con el soplo de los vientos de paz, la integración revivió a inicios de los años noventa, pero (visto en retrospectiva) con un enfoque que resultó equivocado: se le dio énfasis a lo político sobre lo económico. Esto distrajo la atención y desvió recursos, al tiempo que se empezó a crear una institucionalidad que, a la postre, ha resultado inútil (como el Parlacén o el SICA). Centrarse en la integración política fue como poner la carreta delante de los bueyes.

La vía para volver a impulsar la integración centroamericana pasa por reenfocarse en lo económico (por etapas), empezando por restituir los logros de la unión aduanera y depurar la institucionalidad orientándola hacia ese propósito. El primer requisito para lograrlo es -como en tantas otras decisiones estratégicas- que los presidentes de dos o más países (más probablemente del Triángulo Norte) adopten la decisión política correspondiente, conscientes de que todo proceso de integración conlleva ceder algo de soberanía, para lo cual deben concitar el necesario apoyo popular y de las élites, convenciéndolos de lo mucho que tenemos por ganar de una integración económica más profunda. Además, se requiere de valentía para navegar en contra de la corriente proteccionista y nacionalista -hoy dominante en el mundo- que deplora el libre intercambio de bienes y factores (trabajo y capital), intercambio indispensable para que la integración económica sea factible.

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