Entre 1960 y 1978 Centroamérica se integró rápida y exitosamente; pero en la década de los ochenta, en el marco de los conflictos armados, el esfuerzo integracionista vivió un marcado retroceso
Está puesta sobre la mesa de discusión la idea de que
la integración de los países centroamericanos (particularmente en el ámbito
económico) puede ser una vía efectiva para lograr el desarrollo integral de
nuestras naciones. Cabe preguntarse si, a estas alturas de un proceso que
comenzó hace sesenta años, a lo largo de los cuales ha sufrido múltiples
altibajos, aún es razonable pensar en que la integración económica de
Centroamérica es un esfuerzo factible.
Conviene recordar que todo proceso de integración
económica se da por etapas: área de comercio preferencial (primer paso en que
los países de la región eliminan barreras arancelarias para ciertos productos);
área de libre comercio (cuando acuerdan reducir o eliminar barreras al
intercambio de todos los productos de la región); la unión aduanera (que elimina
las barreras arancelarias y adopta un arancel externo común frente a los países
no miembros); el mercado común (donde pueden circular libremente los bienes,
servicios, capitales y mano de obra); la unión monetaria (que supone la adopción
de una política monetaria común y una moneda única); y, la unión económica completa
(con políticas comercial, monetaria y fiscal comunes, incluyendo tasas de
interés y de impuestos comunes).
Centroamérica lleva décadas estancada en la etapa de
unión aduanera, aunque esto no necesariamente debe interpretarse como un
fracaso definitivo. Entre 1960 y 1978 la Región experimentó un acelerado
proceso de intercambio y de institucionalización que generó una reducción
sustancial del costo del comercio, aumentó la disponibilidad y diversidad de
bienes y servicios, mejoró la eficiencia y promovió la cooperación entre los
países. Fue una etapa cuyo enfoque fue exclusivamente en el ámbito económico y
que alcanzó un éxito equiparable al de la integración europea en su momento.
En la década de los ochenta, en el marco de los
conflictos armados, el esfuerzo integracionista vivió un marcado retroceso. Con
el soplo de los vientos de paz, la integración revivió a inicios de los años noventa,
pero (visto en retrospectiva) con un enfoque que resultó equivocado: se le dio énfasis
a lo político sobre lo económico. Esto distrajo la atención y desvió recursos,
al tiempo que se empezó a crear una institucionalidad que, a la postre, ha
resultado inútil (como el Parlacén o el SICA). Centrarse en la integración
política fue como poner la carreta delante de los bueyes.
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