La inclusión de una mayoría de “académicos” en las comisiones de postulación, lejos de lograr elevar el nivel de éstas, rebajó el de los entes supuestamente académicos
De buenas intenciones está empedrado el camino al
infierno. Los diputados constituyentes incluyeron varias de estas buenas
intenciones en la Constitución Política de la República que, con el correr de
los años, se han convertido en pesados lastres para el progreso del país. La
semana pasada comentamos, por ejemplo, los graves problemas fiscales que hoy
generan los bienintencionados situados constitucionales que le asignan un
importante porcentaje de los impuestos a un pequeño número de privilegiadas
entidades estatales. Otra de esas buenas intenciones que pavimentan nuestro
infierno es la elección de magistrados del Organismo Judicial mediante el fracasado
mecanismo de las comisiones de postulación.
Ser magistrado de la Suprema o de sala de apelaciones
entraña un gran poder (pues deciden, por ejemplo, quién puede participar o no
en las elecciones, cuándo debe cerrar operaciones una empresa, o si procede
concede prisión preventiva a un acusado). Se trata, en consecuencia, de cargos
muy apetecidos y su elección muy susceptible a vicios tales como el tráfico de
influencias. Por desgracia, el sistema de comisiones de postulación ha probado
ser tanto o más susceptible a estos vicios que la elección directa por parte de
los políticos electos (que es lo habitual en democracias avanzadas).
La bienintencionada inclusión de una mayoría de
“académicos” -decanos de Derecho, un rector universitario, y miembros del
Colegio de Abogados- en las comisiones de postulación, lejos de lograr elevar
el nivel de éstas, rebajó el de los entes supuestamente académicos. Algunos
decanos encontraron que, si facilitaban la obtención de títulos de abogado,
podrían extender su base de apoyo, tanto en las facultades de derecho como en
el Colegio. Así, se elevó la cantidad y se redujo la calidad de los nuevos
abogados. Las facultades de derecho empezaron a proliferar como hongos
fantasmas. Las elecciones para la decanatura de Derecho o para el directorio
del Colegio se han convertido en bacanales donde lo que menos importa es la
propuesta y la academia. Los electos suelen gozar de becas en el exterior,
patrocinadas por “mecenas” que buscan traficar influencias en las cortes. De
ahí que es poco probable que de las comisiones de postulación surjan
magistrados eruditos, probos e independientes.
Ante la propensión de los estamentos políticos a
buscar (por medios legítimos e ilegítimos) los favores de los magistrados, el
remedio (que buscaba impedir que los políticos escogieran a los jueces) resultó
peor que la enfermedad: la idea de las comisiones de postulación académicas
sucumbió ante la propia corrupción que buscaba impedir. Por mucho que el guatemalteco
desconfíe de los políticos, es necesario percatarse de que (tal como sucede en
las democracias avanzadas) son estos (habiendo sido electos democráticamente)
quienes deben ejercer la representación del pueblo y asumir la responsabilidad
de elegir directamente a los magistrados, fiscalizarlos permanentemente y velar
por que sean capaces e independientes. Si los políticos no cumplen con esta
responsabilidad, debe ser el pueblo soberano quien los penalice en las
siguientes elecciones. Las comisiones de postulación, en cambio, no responden
ante nadie.
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