Una de las razones por la cuales países como El
Salvador, República Dominicana o Costa Rica han roto recientemente sus
relaciones diplomáticas con Taiwán para poder establecerlas con la República
Popular de China, ha sido la de atraer las potencialmente cuantiosas
inversiones chinas para apuntalar las famélicas tasas de inversión en estos
países. Por la misma razón, más de una voz de algún economista guatemalteco
arguye que a nosotros -que exhibimos una de las tasas de inversión más bajas
del mundo- también nos convendría abandonar los más de sesenta años de lealtad con
Taiwán para abrazar a la China Popular.
Al respecto, conviene recordar que Taiwán tiene
relaciones diplomáticas plenas con apenas quince países (que cada vez son
menos), de los cuales Guatemala es notoriamente el más grande -en términos de
población, tamaño de la producción y monto de exportaciones, entre otros
parámetros-, a pesar de lo cual las inversiones taiwanesas (públicas y
privadas) en Guatemala son sumamente escasas. ¿Atraeríamos más inversiones si
establecemos relaciones con la República Popular?
A juzgar por lo ocurrido en Costa Rica y El Salvador,
no hay que esperar un súbito ni sostenido aumento de las inversiones después de
cambiar lealtades de una a la otra China. De hecho, en toda la región
latinoamericana, las inversiones provenientes de China Popular solamente son
significativas en Chile y Panamá (casualmente las dos economías más sólidas de
América Latina). Para entender el por qué, quizá sea bueno revisar lo ocurrido
en el continente africano, donde todos los países (excepto uno: Suazilandia)
han roto con Taiwán para acercase a China Popular, bajo la ilusión de atraer
grandes inversiones hacia sus rezagadas economías.
Menos del 3% de la inversión extranjera de China va a
África. Aunque al inicio del siglo las inversiones chinas en África aumentaron
con rapidez, en años recientes casi se han detenido. La razón es el pésimo
clima de inversiones en casi todo el continente africano: los -al inicio
entusiastas- inversionistas chinos se han topado con el incumplimiento
reiterado de las promesas de construir infraestructura por parte de los
gobiernos africanos, con su incapacidad de proveer energía o acceso a tierras,
con las invasiones a la propiedad privada, con la falta de registros adecuados
de la propiedad, con las autoridades locales o las comunidades organizadas
imponiendo restricciones a la inversión que no habían sido acordadas con el
gobierno central, con los jueces locales dictando sentencias contrarias a los
contratos previamente firmados. ¿Suena familiar?
La lección es clara: no es cambiando lealtades
diplomáticas como vamos a atraer inversión de manera sostenible, sino
fortaleciendo la institucionalidad del Estado y mejorando el clima para hacer
negocios en el país, de manera que Guatemala resulte atractiva para
inversionistas no solo de Taiwán y de China, sino de cualquier país que pueda
traer los recursos y tecnología que tanta falta le hace a nuestra economía.
Mientras tanto, el nuevo gobierno deberá ocuparse de sacarle mayor provecho a
nuestra condición de ser el país más importante para Taiwán entre sus -cada vez
menos- aliados.
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