La mayoría de países latinoamericanos cuentan ya con estos marcos regulatorios; Guatemala es el único país centroamericano sin reglas fiscales explícitas.
La conducción de la
macroeconomía de cualquier país depende, fundamentalmente, de dos palancas: la
política fiscal y la política monetaria. Esta última, en Guatemala, está detalladamente
regulada mediante las normas (constitucionales, legales y reglamentarias) que
rigen las actuaciones del banco central y su Junta Monetaria, en las que se
establecen sus objetivos, metas, instrumentos y parámetros de operación. En
contraste, la política fiscal guatemalteca navega a la deriva. Su principal
marco regulatorio, la Ley Orgánica de Presupuesto, no solo es meramente
operativa (es decir, no es de naturaleza estratégica), sino que es
reiteradamente irrespetada cada año durante el proceso de aprobación
presupuestaria.
La no aprobación, por
parte del Congreso, de un presupuesto estatal para 2020 es solo la muestra más
reciente de la improvisación y falta de disciplina que prevalece en la política
fiscal guatemalteca. La ausencia de reglas claras y de visión de largo plazo en
lo fiscal pone en riesgo de sostenibilidad a unas finanzas públicas que quedan
a merced de la discrecionalidad y caprichos de las autoridades. Esa
indisciplina impide enviar señales a los mercados acerca de las preferencias,
prioridades y estrategias de gobierno. Y todo ello implica una enorme falta de
credibilidad en la conducción macroeconómica del país y, por ende, en un
aumento en el riesgo que evalúan los mercados financieros.
Para evitar estas
incertidumbres y limitar el peligro de que los gobiernos incurran en
indisciplina fiscal (por razones, por ejemplo, de comprar votos en años
electorales a cambio de un aumento excesivo del gasto), cada vez más países han
adoptado marcos legales con reglas fiscales que han demostrado ser efectivos
para contener los déficits, evitar la insostenibilidad de la deuda, refrenar la
inflación y mejorar la calificación de riesgo-país. La mayoría de países
latinoamericanos cuentan ya con estos marcos regulatorios; Guatemala es el
único país centroamericano sin reglas fiscales explícitas.
Es fundamental que el
nuevo gobierno y el Congreso entrante trabajen conjuntamente para establecer
reglas que pongan límites al crecimiento del déficit y de la deuda pública
(ajustadas por el ciclo económico), que restrinjan el gasto corriente y
promuevan el gasto en infraestructura, y que velen porque la recaudación sea
suficiente pero que no ahogue a los contribuyentes. No es necesario inventar el
agua azucarada: basta con ver las leyes que sobre la materia se están aplicando
exitosamente alrededor del mundo como parte de la adopción de una cultura de
responsabilidad fiscal.
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