El Congreso de la República está en su segundo periodo
ordinario de sesiones de este año, apenas desperezándose después de la resaca
post electoral. Su agenda de trabajo no avanza, ni para adelante ni para atrás,
entrampada por una serie de interpelaciones (dos al ministro de Comunicaciones
y dos al ministro de Salud Pública) y por la escasa disposición de los
diputados a mantener el quórum mínimo en el hemiciclo. Todo parece indicar que,
en ese ambiente, solamente la elección de los magistrados de la Corte Suprema
de Justicia y de las salas de apelaciones, por un lado, y la aprobación del
Presupuesto General de la Nación para 2020, por el otro, podrían concitar el
interés de los parlamentarios para reunirse, discutir y aprobar los respectivos
decretos.
Es hasta cierto punto normal que exista un desgano
legislativo cuando faltan pocos meses para que concluya la actual legislatura,
máxime si se toma en cuenta que dos terceras partes de los actuales diputados
dejarán el cargo en enero próximo. Sin embargo, quizá exista una ventana de
oportunidad para que el Congreso aproveche la distensión de estos meses para
impulsar una agenda legislativa que –libre de temas ideológicos o
controversiales- sea políticamente viable: una agenda para el fortalecimiento económico.
El propio Fondo Monetario Internacional, en su más reciente informe sobre el
país, hizo hincapié en que, para crear un ambiente más favorable para las
inversiones y para las exportaciones (ambas deprimidas en los últimos años) las
autoridades deben enfocarse en mejorar las enormes debilidades del marco
regulatorio e institucional, para lo cual un buen primer paso sería aprobar una
serie de reformas que, hasta ahora, están estancadas en el Legislativo.
Entre ellas, la iniciativa de ley para regular las insolvencias,
que propone la adopción de mejores prácticas internacionales sobre la materia,
podría dar certeza jurídica a los procesos y favorecer los flujos de crédito.
Otra iniciativa, la de estabilidad jurídica para las inversiones, reduciría la
incertidumbre respecto de las políticas de gobierno y haría más atractivo el
país para nuevos inversionistas. La iniciativa de ley para la infraestructura
vial, por su parte, catalizaría la inversión privada, mejorando la conectividad
y competitividad del mercado interno. Por su parte, la iniciativa que reforma
la Ley Orgánica del INE, de ser aprobada, podría contribuir a mejorar la
calidad de la información estadística necesaria para una efectiva toma de
decisiones económicas. Y, por último, la iniciativa de ley que crea la agencia
gubernamental para la promoción de inversiones y exportaciones, podría atraer
inversionistas extranjeros y facilitar el acceso a mercados nuevos para los
productos nacionales.
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