martes, 20 de agosto de 2019

SIN INSTITUCIONES NO HAY PROGRESO

La debilidad institucional disminuye la productividad del país

¿Qué impide que en Guatemala surjan más empresas nuevas, crezcan más las que ya existen y se generen más oportunidades de trabajo? Cuando se les pregunta a los empresarios chapines cuáles son los factores más problemáticos para hacer negocios, las culpas no recaen en factores macroeconómicos (como podrían ser tasas de interés elevadas, poco acceso al crédito, alta inflación, impuestos altos o inestabilidad cambiaria), sino que en una serie de factores (criminalidad, corrupción, ausencia de políticas públicas, baja calidad de los servicios gubernamentales) que revelan una enorme debilidad de las instituciones del Estado y que han sido el principal obstáculo para hacer negocios en el país durante las últimas dos décadas.

La debilidad e incapacidad de las instituciones deriva en una gobernanza endeble y disfuncional que socava las posibilidades de desarrollo económico. La pobre gobernanza conlleva una inadecuada provisión de servicios públicos básicos, tanto en materia de salud y educación –base del capital humano que el país requiere-, como de seguridad, justicia e infraestructura -indispensables para un eficiente intercambio de bienes y servicios-. Lo anterior, aunado a una elevada precepción de corrupción, le resta al gobierno la credibilidad necesaria para recaudar los recursos tributarios que, a su vez, se requieren para financiar los referidos servicios públicos que la economía reclama para funcionar bien.

En segundo lugar, la debilidad institucional disminuye la productividad del país pues hace que las empresas sean menos eficientes y tengan menos incentivos para crecer e innovar. Además, la débil gobernanza provoca que la infraestructura física sea insuficiente e ineficiente, lo que limita la productividad de las empresas. Y, encima de eso, el hecho de que las instituciones estatales sean ineficientes conlleva un incremento en el costo de hacer negocios y hace que la obtención de retornos sobre cualquier inversión sea muy incierta, lo cual desincentiva a los inversionistas nacionales y extranjeros.

Las calificadoras internacionales de riesgo-país también coinciden en que la debilidad institucional es el principal factor de riesgo de Guatemala y que la fragilidad de la gobernanza está más acentuada en las áreas del imperio de la ley y de la efectividad del gobierno, cuyos indicadores no han mejorado en los últimos diez años. No resulta sorprendente, entonces, que la formación de capital fijo (inversión en infraestructura y maquinaria) esté estancada desde hace muchos años en cifras que no logran exceder del 15 por ciento del PIB, porcentaje significativamente más bajo no solo que el promedio mundial y el latinoamericano, sino más bajo también que el de todos nuestros vecinos centroamericanos.

Es menester, pues, que el nuevo gobierno y el nuevo Congreso que tomarán posesión en enero cobren conciencia de que el fortalecimiento institucional -a través de una reforma del Estado: servicio civil, sector justicia, control del gasto público, sistema político, etcétera- es una prioridad no solo por razones políticas sino, principalmente, por razones económicas. Sin instituciones sólidas y eficientes, y sin una buena gobernanza, será imposible que haya crecimiento económico, generación de empleos y prosperidad social.

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