martes, 25 de junio de 2019

Sin Perder el Optimismo, Pero...


El proceso electoral de 2019 está dejando en muchos sectores una sensación de resignación, de desánimo, de falta de ilusión. Toda la energía y toda la esperanza que se generó en 2015 en busca de limpiar el sistema político corrupto y caduco, se diluyó en una confrontación ideologizada en torno a las acciones de la Cicig y en unas reformas gatopardistas que no afectaron la esencia del fracasado sistema electoral.

Con un establishment político muy reacio a hacer cambios que podrían perjudicar su modus vivendi, el país perdió valioso tiempo sin que avanzaran las reformas al sistema judicial, al servicio civil, al sistema electoral, a las instituciones de control del gasto público, a la forma de construir infraestructura vial, etcétera, todas ellas necesarias para el buen funcionamiento de la economía y para el logro de la paz social. Las viejas formas de gobernar y de hacer política están tan enquistadas que continúan depredando los recursos estatales, impertérritas, pese a los casos de persecución penal que proliferaron hace cuatro años.

La malograda reforma a la ley electoral de 2016 puso en evidencia las debilidades de origen del Tribunal Supremo Electoral y sobre reguló hasta el confusionismo el proceso electoral, pero apenas le hizo cosquillas al régimen de la vieja política que compra y vende votos, voluntades e influencias. El Congreso que resultó electo para 2020-2024 va a estar poblado de viejas caras luciendo nuevas máscaras. Incluso se coló un conjunto de personajes de quienes se sospecha que tienen vínculos con el crimen organizado.

Pero no todas son malas noticias. También ganaron curules varios futuros diputados que, aun perteneciendo a ideologías y generaciones distintas, han manifestado su compromiso con reformar el Estado y fortalecer sus instituciones. Quizá no sean la mayoría, pero su postura en favor de legislar para el largo plazo y en función de los intereses del país puede calar si logran actuar con una coherente agenda mínima de reformas (institucionales y económicas) y con una prudente firmeza basada en la fuerza de la razón.

Seguramente estos congresistas van a enfrentar enormes obstáculos pues, tarde o temprano, las intenciones de reforma entrarán en conflicto con los intereses creados que suelen dominar la agenda legislativa. Pero deben ser perseverantes, sabidos que sin las necesarias reformas que fortalezcan las institucionales y mejoren el clima de negocios, el panorama de largo plazo del país se tornará cada vez más lúgubre, con más corrupción, más emigración, más confrontación y menos gobernabilidad. Eso no solo sería una tragedia para Guatemala, sino una amenaza geopolítica para toda la Región.

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