lunes, 10 de junio de 2019

La Búsqueda (Infructuosa) del Salvador


Los guatemaltecos no deberíamos buscar al salvador que nos resuelva todos los problemas con su varita mágica y que, probablemente, polarice aún más el enrarecido ambiente, ya que las consecuencias de ello pueden ser graves

Una de las paradojas de los regímenes democráticos que a lo largo de Latinoamérica se han venido sucediendo desde hace cuarenta años, es la persistencia de los votantes en preferir a los candidatos que ofrecen soluciones rápidas, salidas milagrosas, remedios fáciles a los sempiternos problemas de nuestro subdesarrollo. Guatemala no es, para nada, la excepción a esta infructuosa búsqueda ciudadana por un salvador que rescate al país del abismo. Y ante tal demanda del electorado, la oferta electoral se manifiesta: la mayoría de candidatos presidenciales se presenta pidiendo que voten por su personalidad –y no por su programa de gobierno-, y que confíen en su capacidad –y no en las instituciones republicanas-.

El populismo se ha convertido en epidemia y complacer a las multitudes se ha vuelto la principal oferta electoral. Los ciudadanos están justamente frustrados con la elevada criminalidad, la incontrolable corrupción y el escaso crecimiento económico. Los votantes, desesperados, acuden a las manos duras o a las dádivas económicas; quieren ver sangre y resultados inmediatos. Así, en tiempos de desesperación, es fácil que se inclinen por las opciones más radicales y extremistas. Y, dada la proliferación de candidatos populistas, en ocasiones algunos de ellos resultan electos.

Ya sucedió el año pasado en México (donde eligieron al típico populista de izquierda que se siente ungido para gobernar por encima de las instituciones establecidas) y en Brasil (donde eligieron al típico populista de derecha, autoritario y misógino, dispuesto a arreglar todos los males con su mano dura). Y también ha sucedido en el pasado, cuando en medio de un periodo de crisis, el pueblo ha optado por elegir un salvador. Se dio en los años noventa en un Perú que, agobiado por el terrorismo, la hiperinflación y la recesión, eligió a su no-político populista, Alberto Fujimori. Se dio también en una Venezuela que, afligida por el colapso del precio del petróleo y por la corrupción rampante –que hicieron quebrar a su Estado del Bienestar-, eligió como salvador al golpista coronel Hugo Chávez.

Las secuelas de elegir ese tipo de gobernantes son duraderas... y no son buenas. Entre ellas destaca la polarización política que se enraíza y mina el tejido social y entorpece los flujos económicos. Si algún culpable hay de estas consecuencias, es el sistema político (“el mecanismo”, “el establishment”) que ha sido incapaz de construir las instituciones que son indispensables para que el Estado pueda ejercer, como mínimo, sus funciones básicas de proteger la vida de los ciudadanos y evitar la malversación de los fondos públicos.

Las lecciones que Guatemala puede derivar de estas experiencias son fundamentales. En las elecciones del próximo domingo, los guatemaltecos no deberíamos buscar al salvador que nos resuelva todos los problemas con su varita mágica y que, probablemente, polarice aún más el enrarecido ambiente, ya que las consecuencias de ello pueden ser graves. Ojalá pudiéramos elegir, si no a un estadista (que a estas alturas parece pedir demasiado), al menos a una persona con la suficiente visión y liderazgo para iniciar la construcción de las instituciones que necesitamos y conducir la reforma urgente de nuestro fallido sistema político.

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