El principal problema de la economía guatemalteca es
que su ritmo de crecimiento es extremadamente lento, lo cual no solo impide
corregir los bochornosos indicadores de pobreza del país, sino que nos deja
cada vez más atrasados respecto de otras naciones que hasta hace cuarenta años
mostraban niveles de bienestar material similares a los nuestros: en 1978
Guatemala tenía un ingreso per cápita real superior en 80% al de Tailandia, y
en más de 100% al de China; hoy ambos países superan a Guatemala en más de un
80%.
La razón fundamental de este retroceso relativo radica
en la baja productividad sistémica de la economía guatemalteca que, a su vez,
se deriva principalmente de la (cada vez más grave) debilidad de las
instituciones públicas que impide al Estado cumplir con su obligación de
proveer los servicios públicos esenciales para el funcionamiento básico del
aparato económico (seguridad, justicia, infraestructura, salud y educación primarias).
La crisis política actual -donde la policía se
enfrenta con los fiscales, donde la suprema corte se enfrenta con la corte de
lo constitucional, donde diputados al Congreso llaman a desobedecer las órdenes
judiciales y donde el Ejecutivo se enfrenta con la ONU- no hace más que revelar
y agudizar el continuo deterioro institucional. Y eso, querámoslo o no, tiene
graves repercusiones para la economía. Ya desde hace tiempo que las
calificadoras de riesgo y la banca internacional vienen advirtiendo que la
disfuncionalidad institucional es un obstáculo para la inversión y el
crecimiento en Guatemala; y la semana pasada la calificadora Moody’s lo reiteró
enfáticamente.
Pero el principal peligro radica en las consecuencias
de largo plazo de este deterioro. Vale la pena verse en el espejo de países que
se han tornado fallidos para evitar cometer sus mismos errores. Moisés Naim y
Francisco Toro lo describían a la perfección en un reciente artículo sobre el
suicidio colectivo de su país: “...las causas del fracaso de Venezuela tienen
raíces más antiguas y profundas. Varias décadas de gradual descalabro económico
le abrieron el camino a un demagogo carismático que, inspirado por una ensalada
de malas ideas, consiguió instaurar una autocracia corrupta”.
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