El Presidente de la República fue electo, postulado por
un partido político nuevo, de derecha moderada. Los votantes lo eligieron,
entre otras razones, por ser relativamente joven y nuevo en el tinglado
político, lo que entrañaba la ansiada posibilidad de que un outsider, una vez en el poder, pudiera
cambiar las viejas maneras de hacer política. El Presidente comenzó su mandato
con entusiasmo, proponiendo cambios que se alineaban con las expectativas ciudadanas
de una profunda reforma de la gestión pública.
Sin embargo, pronto se encontró con realidades
políticas que dificultaron su gestión y obstaculizaron los cambios anhelados.
Proliferaron las protestas de diferentes grupos exigiendo, unos, modificar el
rumbo de los cambios y, otros, acelerar las reformas. La reacción del gobernante
fue la de poner oídos sordos a las voces de los descontentos e improvisar medidas
bajo presión llegando, incluso, a recurrir a la fuerza pública para reducir al
orden a sus opositores.
Desafortunadamente, el descontento fue escalando y el
nivel de confrontación aumentó a tal grado que incluso muchos de quienes apoyaban
la postura del Presidente empezaron a resentir los efectos negativos que la incertidumbre
y la confrontación estaban ejerciendo sobre su actividad comercial y su
viabilidad económica. El Presidente, como hombre de Estado, sabe que la
polarización política puede poner en riesgo las instituciones republicanas que
tanto ha costado construir; sabe que la confrontación no es buena; sabe que conviene
escuchar las voces razonables de descontento de la ciudadanía; y sabe que hay
bienes comunes (como preservar la República, la democracia y sus instituciones)
superiores a los intereses personales o partidarios.
Por ello, ante la amenaza de una debacle
institucional, el Presidente convocó a un Gran Debate Nacional en el que, a
través de cabildos abiertos en todo el país, consultará el sentir de los
ciudadanos para que expresen sugerencias respecto de cuatro temas esenciales
(ingresos y gastos estatales, servicios públicos, medio ambiente y democracia)
con la intención de “transformar el descontento en soluciones”. Solo el tiempo
dirá si este debate público solucionará la tensa situación que hoy vive Francia,
pero ciertamente es una forma civilizada, democrática y republicana de
enfrentar las crisis. La estrategia entraña riesgos, pero el Presidente Macron
sabe que el futuro de su país bien vale la pena correrlos.
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