El sistema político del país no está funcionando. En medio de negros nubarrones en el entorno político y en el ambiente económico, los liderazgos están ausentes, sin posiciones ni propuestas, y los partidos políticos incumplen con su rol fundamental de ser intermediarios entre la ciudadanía y los poderes del Estado. La evidente necesidad de una reforma profunda del sistema electoral y de partidos políticos se convirtió en una oportunidad desperdiciada con las apresuradas reformas a la Ley Electoral (de “primera generación”) aprobadas por el Congreso en octubre de 2015 y las igualmente precipitadas reformas (de “segunda generación”) dictaminadas por la Comisión de Asuntos Electorales del Congreso en diciembre de 2017, sobre las cuales recientemente emitió opinión la Corte de Constitucionalidad -CC-.
Como resultado de las reformas “de primera
generación”, el TSE se encuentra ahora mismo dando palos de ciego sin encontrar
cómo aplicar la normativa legal ni cómo reglamentar materias tan importantes
como ¿pueden los dirigentes y partidos políticos expresar opiniones sobre temas
de trascendencia nacional -como ocurre en cualquier país civilizado- sin
incurrir en campaña anticipada?, ¿cómo impedir que un contratista del Estado
puede postularse como candidato?, ¿cómo regular la propaganda política en las
redes sociales?, o ¿cómo distribuir equitativamente los espacios publicitarios
durante la campaña?.
Si eso es preocupante, más desalentador resulta aún que,
como resultado de las reformas “de segunda generación”, la Corte de
Constitucionalidad haya emitido una serie de opiniones que ponen en entredicho
la posibilidad de que en un futuro podamos aplicar una verdadera reforma del
sistema. Por un lado, al hacer su análisis
los magistrados se excedieron de la estricta revisión de la constitucionalidad
de las reformas e introdujeron consideraciones que, independientemente de su
validez o pertinencia, son de carácter político, materia que no es propia de la
función jurisdiccional de la CC.
Por otro lado, y más grave aún, la opinión de la CC
entraña un grave retroceso en la modernización del sistema electoral, al avalar
el aumento de los requisitos mínimos de afiliados para la creación de los
partidos políticos, lo cual implica una barrera adicional a la participación
política de los ciudadanos. Y, por si no fuera suficiente, la CC se trae al
suelo dos de las pocas reformas positivas que planteaba el dictamen de 2017, al
no dar opinión favorable a la creación de subdistritos electorales, ni a la
posibilidad de que los ciudadanos puedan ejercer un voto directo, preferente o
por medio de los listados cerrados desbloqueados, con lo cual la CC condena al
sistema electoral a seguir siendo poco representativo y a alejar cada vez más a
los electores de sus representantes electos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE LOS LECTORES: