Guatemala está viviendo una importante transición política
–la de pasar del antiguo régimen de corrupción e impunidad a uno nuevo de
transparencia e imperio de la ley- que se está tornando lenta y costosa debido
no solo a la inútil confrontación entre un bando de radicales (que quieren una
“refundación” total del Estado) y otro de reaccionarios (que quieren retornar
al status quo imperante antes de 2015) sino que, también, debido a una
preocupante ausencia de liderazgos que conduzcan el proceso. ¿Quién puede
conducir la transición e impulsar las reformas institucionales que le den
sostenibilidad y propósito?
Décadas de conflicto armado interno dejaron un cierto
talante autoritario y reacio al diálogo a la generación de los que ahora rondan
la edad de setenta años, mientras que infundieron una actitud de desidia y
evasión entre quienes estamos alrededor de los cincuenta. Afortunadamente, la
generación de los treintañeros que ahora está tomando la estafeta, parece estar
encontrando formas más novedosas y efectivas de expresarse e incidir en las
esferas del poder.
He tenido el gusto de conocer e interactuar con muchos
de estos treintañeros, genuinamente interesados es ser partícipes de la
transformación del país. Se trata de una generación más urbana, más educada,
más tecnológica y más cosmopolita que sus antecesoras. Una generación que cada
vez se parece menos al cauto, discreto y reservado arquetipo del guatemalteco.
Muchos de ellos le dieron vida y forma a las manifestaciones de la Plaza en
2015.
Esta generación puede darle rumbo y sentido a la
transición que hoy vivimos, pues posee las herramientas y las actitudes
necesarias para liderarla: su familiaridad con las tecnologías informáticas, su
apertura a nuevas expresiones culturales, su tendencia a trabajar en redes y su
búsqueda constante de nuevos conocimientos, experiencias y soluciones, son
características que los hacen ser cada vez más ciudadanos del mundo, alejados
de los aislacionismos obscuros que impiden el progreso económico y social de
los países.
Para la naciente élite de treintañeros, el régimen
patrimonialista que saqueó el Estado mediante corrupción y tráfico de
influencias es un sistema arcaico que debe cambiarse; por ello está llamada a
jugar un rol central en el esfuerzo de darle forma al país que anhelamos. No se
trata, claro está, de un grupo homogéneo: existen entre ellos naturales
diferencias, rivalidades y ánimos de protagonismo. Pero también tienen entre
ellos más aspiraciones e ideas en común que las que tuvieron las generaciones
anteriores con sus traumas de guerra y sus desconfianzas viscerales.
Como están bien informados, saben que en el mundo (hoy
más accesible que nunca) existen experiencias de cambio exitosas que pueden
emularse y, como saben que la corrupción y la debilidad del Estado y sus
instituciones les han robado las oportunidades de vivir en una sociedad moderna
y próspera, le apuestan decididamente a los beneficios que acarrean las reglas
claras, el imperio de la ley y la transparencia. Muchos de ellos ya han tenido
ocasión de participar en la función gubernamental y en puestos de elección
popular; otros influyen en los tanques de pensamiento existentes o inciden
desde las organizaciones de la sociedad civil, algunas creadas por ellos
mismos.
Nada garantiza que vayan a tener más éxito que
nosotros, los de generaciones anteriores, en construir un mejor país; pero
ahora es su turno, inevitablemente. Nos corresponde cederles gradual, pero
prontamente, la estafeta. Y aconsejar, acompañar y empoderar a esta nueva
generación de líderes más enfocados en los valores y en las ideas, que en los
antiguos órdenes e ideologías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE LOS LECTORES: