En los últimos días Guatemala ha sufrido una merma de
sus calificaciones en varios indicadores a nivel internacional. El caso más
grave es la reciente reducción de la calificación de riesgo-país por parte de
la firma Standard & Poor’s -S&P-, que decidió (luego de que el año
pasado ya había anunciado una perspectiva negativa para nuestro riesgo
soberano) bajarnos del nivel de BB a uno de BB-.
Dicha reducción puede tener un impacto negativo sobre
la economía nacional pues muy probablemente se traducirá directamente en un
encarecimiento del crédito externo (al gobierno, principalmente, aunque también
al segmento más sofisticado del sector empresarial que se financia con recursos
externos) lo cual indirectamente, redundará en una restricción de las
condiciones financieras domésticas que, a su vez, afectará los niveles de
producción y la generación de empleos.
Cabe indicar que este tipo de decisiones la toman las
calificadoras excepcionalmente, y sólo cuando estiman que existen razones de
fondo que justifican dicho cambio. Vale la pena recordar que S&P venía
dándonos advertencias desde hace años respecto de las principales debilidades
del país y sobre los aspectos podrían generar una reducción de la calificación.
Esta vez se acabaron las advertencias y directamente decidieron que el país ya
no merecía la calificación que ostentó desde 2006.
El razonamiento detrás de la rebaja parte del
señalamiento de que el sistema político atrofiado y disfuncional que tenemos no
permite que el país sea capaz de aprobar e implementar las reformas
estructurales (institucionales y fiscales) que el país necesita y, además
genera un clima de incertidumbre que ahuyenta la inversión. Esa falta de
acuerdos impide que las instituciones del estado se fortalezcan y provoca que
se recauden muy pocos recursos fiscales, lo que provoca que la inversión
pública sea muy baja. Lo anterior tiene un importante efecto macroeconómico: el
crecimiento de la producción nacional es muy lento y esto, a su vez, mantiene
elevados los niveles de pobreza.
Y, precisamente, el lento crecimiento económico y los
altos niveles de pobreza son los dos factores que más preocupan al S&P,
pues implican un mayor riesgo de imposibilidad de pago de la deuda pública y un
mayor riesgo de ingobernabilidad. Es similar al caso de una empresa que utiliza
créditos para operar: cualquier empresa que no crezca lo suficiente, o que
sufra de conflictos obrero-patronales, será muy riesgosa para ser sujeto de
crédito.
Recobrar la calificación anterior no será fácil;
conllevará esfuerzos y decisiones que, hasta ahora, no hemos sido capaces de
adoptar. El informe de S&P da luces de los desafíos que enfrentamos.
Primero hay que reformar el sistema político para generar gobernabilidad y
viabilizar los acuerdos de reforma institucional. Segundo, esta reforma debe
incluir las áreas de justica, servicio civil, infraestructura y control del
gasto público que hagan funcional al Estado. Tercero, el desempeño fiscal debe
mejorarse para que mejore la calidad del gasto público al tiempo que aumenta la
capacidad de recaudación del gobierno. Solo si se logra todo lo anterior podrá
haber más inversión, más crecimiento y más empleo, lo cual se traducirá en una
reducción de la pobreza, con lo que los riesgos de impago y de gobernabilidad
disminuirán.
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