lunes, 1 de mayo de 2017

Trabajo y Producción

Para que hayan más y mejores puestos de trabajo es necesario que haya más y mejor producción, lo cual sólo es posible mediante un incremento sostenido de la productividad. En efecto, la clave de nuestro dilema económico es la productividad.

El Día del Trabajo resulta propicio para aquilatar el aporte del trabajo a la producción pues, junto con el capital y la productividad (que es la forma en que se combinan trabajo y capital) constituyen los factores esenciales de la ecuación que define las posibilidades de producción de cualquier economía; es decir que las posibilidades de que la economía crezca -y que, así, mejoren las condiciones de vida de la población- dependen crucialmente de esos tres factores, cuyo desempeño se refuerza mutuamente.

La economía guatemalteca ha crecido en este siglo a una tasa anual promedio de 3.5%; este ritmo, aunque positivo, es mucho menor que el que han mostrado muchísimos otros países en vías de desarrollo. Casi las tres cuartas partes de ese magro crecimiento provienen del aumento (vegetativo, debido al crecimiento poblacional) del factor trabajo, mientras que menos del cinco por ciento del crecimiento se debe a la mejora en la productividad, lo cual es trágico pues, sin una mayor productividad, el crecimiento económico está condenado a continuar por debajo que el de los países que están logrando exitosamente sacar de la pobreza a sus ciudadanos.

El ya magro crecimiento de nuestra economía -debido a su baja productividad- se ve, además, amenazado por una serie de tendencias que, de confirmarse, podrían dañar nuestra capacidad productiva. Por ejemplo, el proteccionismo que parece caracterizar la visión económica de Donald Trump, que está rompiendo con décadas de apertura económica en el mundo industrializado y que para Guatemala es de particular preocupación pues más de una tercera parte de nuestras exportaciones se destina hacia los Estados Unidos.

Otra tendencia, inevitable, que va a afectar el desempeño de nuestra economía es la reducción en la tasa de crecimiento poblacional (que, según estimaciones oficiales, caería de 2% anual actualmente, a 1.6% en los próximos cinco años). Esto implica un menor crecimiento de la fuerza de trabajo, que es nuestro principal motor de crecimiento, lo que significa que, si no mejora la productividad, el crecimiento económico de Guatemala será aún más débil en los años venideros.

Para contrarrestar estas amenazas resulta indispensable que se adopte cuanto antes una serie de políticas públicas que procuren mejorar la productividad de nuestro aparato productivo y, al mismo tiempo, propicien un aumento en la oferta de empleos de buena calidad (y, por ende, de digna remuneración). Ello implica la necesidad de aumentar las destrezas laborales a través de mejoras en la educación y la capacitación laboral, así como lograr que dichas destrezas respondan a lo que demandan las empresas (que suelen quejarse de la escasez de mano de obra calificada).

También es necesario subirse a la ola de digitalización y automatización, que acelera dramáticamente la productividad, favoreciendo la investigación y el desarrollo tecnológico pero, a la vez, ayudando a los trabajadores a adquirir los conocimientos necesarios para adaptarse a esos cambios y a acceder a nuevos tipos de empleos más productivos. Y, por supuesto, también se requiere del fortalecimiento de los fundamentos macroeconómicos y, crucialmente, de incrementar la inversión en capital físico e infraestructura que favorezcan la productividad y la competitividad.

El desafío que enfrentamos demanda acciones no solo del gobierno, sino también de las empresas y de los individuos; sólo un liderazgo concertado, focalizado en ciertas prioridades, hará posible configurar una agenda que atienda las amenazas que enfrenta nuestra economía y lograr, mediante una mejora de la productividad, asegurar el crecimiento del país en el largo plazo.

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