Para que hayan más y mejores puestos de trabajo es necesario que haya más y mejor producción, lo cual sólo es posible mediante un incremento sostenido de la productividad. En efecto, la clave de nuestro dilema económico es la productividad.
El Día del Trabajo resulta propicio para aquilatar el
aporte del trabajo a la producción pues, junto con el capital y la
productividad (que es la forma en que se combinan trabajo y capital)
constituyen los factores esenciales de la ecuación que define las posibilidades
de producción de cualquier economía; es decir que las posibilidades de que la
economía crezca -y que, así, mejoren las condiciones de vida de la población-
dependen crucialmente de esos tres factores, cuyo desempeño se refuerza
mutuamente.
La economía guatemalteca ha crecido en este siglo a
una tasa anual promedio de 3.5%; este ritmo, aunque positivo, es mucho menor
que el que han mostrado muchísimos otros países en vías de desarrollo. Casi las
tres cuartas partes de ese magro crecimiento provienen del aumento (vegetativo,
debido al crecimiento poblacional) del factor trabajo, mientras que menos del
cinco por ciento del crecimiento se debe a la mejora en la productividad, lo
cual es trágico pues, sin una mayor productividad, el crecimiento económico
está condenado a continuar por debajo que el de los países que están logrando
exitosamente sacar de la pobreza a sus ciudadanos.
El ya magro crecimiento de nuestra economía -debido a su
baja productividad- se ve, además, amenazado por una serie de tendencias que,
de confirmarse, podrían dañar nuestra capacidad productiva. Por ejemplo, el
proteccionismo que parece caracterizar la visión económica de Donald Trump, que
está rompiendo con décadas de apertura económica en el mundo industrializado y
que para Guatemala es de particular preocupación pues más de una tercera parte
de nuestras exportaciones se destina hacia los Estados Unidos.
Otra tendencia, inevitable, que va a afectar el
desempeño de nuestra economía es la reducción en la tasa de crecimiento
poblacional (que, según estimaciones oficiales, caería de 2% anual actualmente,
a 1.6% en los próximos cinco años). Esto implica un menor crecimiento de la
fuerza de trabajo, que es nuestro principal motor de crecimiento, lo que
significa que, si no mejora la productividad, el crecimiento económico de
Guatemala será aún más débil en los años venideros.
Para contrarrestar estas amenazas resulta
indispensable que se adopte cuanto antes una serie de políticas públicas que
procuren mejorar la productividad de nuestro aparato productivo y, al mismo
tiempo, propicien un aumento en la oferta de empleos de buena calidad (y, por
ende, de digna remuneración). Ello implica la necesidad de aumentar las
destrezas laborales a través de mejoras en la educación y la capacitación
laboral, así como lograr que dichas destrezas respondan a lo que demandan las
empresas (que suelen quejarse de la escasez de mano de obra calificada).
También es necesario subirse a la ola de
digitalización y automatización, que acelera dramáticamente la productividad,
favoreciendo la investigación y el desarrollo tecnológico pero, a la vez,
ayudando a los trabajadores a adquirir los conocimientos necesarios para
adaptarse a esos cambios y a acceder a nuevos tipos de empleos más productivos.
Y, por supuesto, también se requiere del fortalecimiento de los fundamentos
macroeconómicos y, crucialmente, de incrementar la inversión en capital físico
e infraestructura que favorezcan la productividad y la competitividad.
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