La independencia de los jueces es un requisito indispensable para que exista justicia. En procura de dicha independencia es crucial reformar no solo la CSJ y la CC, sino también el TSE
Toda la lógica detrás de los esfuerzos de reforma al
sector justicia se centra en dos objetivos esenciales. Por un lado, lograr una
efectiva independencia de los jueces y magistrados; y, por otro, modernizar la
estructura institucional del sistema judicial para mejorar su eficiencia. De
ahí que los componentes clave de dicha reforma sean la integración de las
cortes (Suprema y de Constitucionalidad) y la disgregación-especialización de funciones
(administrativas y jurisdiccionales) dentro de su gobernanza interna.
Ese mismo espíritu de reforma que se busca para la
Corte Suprema de Justicia y la Corte de Constitucionalidad debería replicarse
también, con firmeza, para la tercera corte superior del país, encargada de
impartir justicia electoral, el Tribunal Supremo Electoral –TSE- que, como las
dos primeras, requiere urgentemente de mejoras profundas en su gobernanza, en
su eficiencia y, especialmente, en su autoridad e independencia.
Idealmente, cualquier juez debe ser independiente con
respecto a tres tipos de injerencia: la de políticos o funcionarios, la de
otros jueces y, principalmente, la de los sujetos a quienes debe impartir
justicia. Esto es tan cierto para el caso de jueces constitucionales y jueces
ordinarios, como lo es para el caso de magistrados del TSE. En este caso, el
tema de independencia es particularmente importante porque dos de los tipos de
injerencia mencionados (la de los funcionarios o la de los sujetos a quienes se
imparte justicia) provienen del mismo estamento: la clase política que, además,
en el actual sistema está íntimamente involucrada en el nombramiento de los
magistrados del TSE, lo cual compromete seriamente su independencia.
El sistema vigente, por medio del cual se elige,
organiza y gobierna el TSE, está claramente diseñado para que la clase política
interfiera y coopte dicha institución, lo cual ha implicado a lo largo de los
años un gradual deterioro de su autoridad, de su calidad, de su independencia y
de su eficiencia. No fue sino hasta que, a raíz de los escándalos de corrupción
revelados desde abril de 2015, el TSE pareció recobrar cierta autoridad sobre
los partidos políticos (aunque, lamentablemente, no siempre con base en
argumentos jurídicamente bien sustentados). Sin embargo, su estructura sigue
siendo vulnerable y su futuro, incierto.
Por ello es imprescindible reformar la Ley Electoral y
de Partidos Políticos –LEPP- no solo en lo que atañe a las elecciones y los
partidos, sino también (y fundamentalmente) en lo que corresponde a la
conformación y gobernanza del TSE. Para restaurar la independencia de sus
magistrados es necesario ampliar el periodo de sus funciones y hacer que la
renovación del pleno sea escalonada, a fin de que ningún partido político pueda
nunca nombrar a una mayoría de magistrados. Además, es imprescindible disgregar
claramente las funciones administrativas de las jurisdiccionales, para que los
magistrados puedan liberarse de las tareas cotidianas de gestión (agobiantes durante
le época electoral) y se dediquen plenamente a sus labores jurisdiccionales
(cruciales en el período electoral).
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