Instituciones, instituciones, instituciones. Posiblemente más que la educación y más que la infraestructura, las instituciones (fuertes y eficientes) son el factor clave para que un país sea viable y logre desarrollarse.
El Estado guatemalteco tiene síntomas de fragilidad:
el crimen organizado reina impune en varios territorios, las carreteras están
colapsando, los prisioneros escapan de las cárceles, los ciudadanos no tienen
acceso a sus documentos de identificación (DPI o pasaportes), se producen
continuas invasiones a la propiedad inmueble, etcétera. Guatemala ocupa el
puesto 57 (de 178 países) en el ranking del Índice de Estados Frágiles 2017 que
calcula el Fund for Peace y que recientemente fue publicado. El primer lugar
(es decir, el Estado más frágil) es Sudán del Sur, mientras que en el otro
extremo se encuentra Finlandia.
En dicho índice nuestro país obtuvo una calificación
de 83 puntos (sobre 120), mejor que la de 114 que obtuvo Sudán del Sur. Si bien
Guatemala ha mejorado su calificación en el último lustro (en 2012 ocupaba el
puesto 70 del ranking, con un puntaje 79/120), continúa siendo en 2017 el país
más frágil de Centroamérica: Honduras ocupa el puesto 68 (con 79 puntos);
Nicaragua el 74 (77 puntos); El Salvador el 92 (73 puntos); y, Costa Rica es el
mejor calificado en el puesto 145 (44 puntos).
Este índice combina tres tipos de información. Utiliza
datos de más de mil publicaciones distintas donde detecta palabras clave
ligadas a crisis y fragilidad. Luego, utiliza estadísticas duras de fuentes
como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Y, por último, emplea
el juicio de expertos para validar los distintos sub-índices, los cuales se
agrupan en 12 indicadores de fragilidad que incluyen temas como legitimidad del
Estado, fraccionamiento de las élites o reducción del crecimiento económico.
Las categorías en que peor puntea Guatemala son las de descontento de grupos
sociales, desigualdad económica, aparatos de seguridad, y servicios públicos.
Claro que Guatemala no está tan mal como los países
peor calificados (Sudán de Sur o Somalia), que son verdaderos estados fallidos
donde el gobierno ni siquiera controla la ciudad capital. Estamos más cerca de
otros, como Madagascar (puesto 55), en los que el Estado no está colapsado,
pero es altamente disfuncional e incapaz de controlar todo su territorio.
Curiosamente, también estamos cercanos a Venezuela (puesto 58), donde el
gobierno controla todo su territorio pero a costa de un malestar ciudadano
generalizado y creciente.
El grado de fragilidad de los países influye
claramente en sus niveles de pobreza. Los economistas Daron Acemoglu y James
Robinson, en su libro “Porqué Fracasan las Naciones”, explican que los países
no fracasan por su geografía (como lo demuestra el caso de Nueva Zelanda) ni
por su cultura (como lo demuestran los contrastes entre Corea del Sur y Corea
del Norte). Lo que ocurre es que algunas naciones cuentan con instituciones
incluyentes y efectivas que promueven el crecimiento, mientras que otras tienen
instituciones “extrayentes” que minan el crecimiento. Como lo afirman dichos
autores, la clave para entender el fracaso de los estados es “instituciones,
instituciones, instituciones”.
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