Es mentira que el combate frontal a la corrupción debilita la eficiencia en la administración pública. Sería un craso error admitir que puede tolerarse un poco de corrupción a cambio de que la administración pública no se vea paralizada. La actitud correcta debe ser la de tolerancia cero a la corrupción.
Hace algunas semanas leí y escuché, no sin asombro, a
algunos analistas políticos que se preguntaban si la lucha contra la corrupción
que el país está librando desde abril de 2015 estaba ocasionando -como un daño
colateral imprevisto- un debilitamiento de la institucionalidad pública. Nada
más alejado de la verdad. Creo -al contrario de lo que dicha duda sugiere- que
la lucha contra la corrupción y las instituciones se fortalecen mutuamente.
Por un lado, cualquier esfuerzo organizado para luchar
contra la corrupción sólo puede ser exitoso si las instituciones que lo
impulsan son efectivas; esto implica que la Contraloría de Cuentas, el
Ministerio Público, la policía y los juzgados involucrados deben estar
coordinados y ser eficientes. Por otro lado, mientras más efectivo sea el
combate a la corrupción, más eficientes serán no solo estas instituciones
directamente encargadas de llevar a cabo tal combate, sino el aparato estatal
entero.
Quizá sea cierto que, en algunos casos, las batallas
que se han librado en meses reciente contra el cáncer de la corrupción hayan
podido ocasionar una ralentización en el -ya de por sí lento- desempeño de la
burocracia pues, hasta antes de las acciones emprendidas por la CICIG y el
Ministerio Público en contra del robo al erario público, no era habitual que en
los actos de la administración se velara por el cumplimiento estricto de
ciertos estándares de transparencia y se respetaran estrictamente las normas y
regulaciones vigentes. Al tenerse más cuidado ahora en estos aspectos, algunos
procesos estatales pudieron haberse entorpecido. Pero seguramente, a mediano y
largo plazo, si la lucha contra la corrupción tiene éxito, las instituciones se
verán fortalecidas y el funcionamiento del aparato estatal será, a la larga,
más efectivo.
Sería un craso error admitir que puede tolerarse un
poco de corrupción a cambio de que la administración pública no se vea
paralizada. La actitud correcta debe ser la de tolerancia cero a la corrupción.
Pero, paralelamente a una profundización de la estrategia anti-corrupción,
deben ampliarse los esfuerzos de fortalecimiento de las instituciones del
Estado. Tales esfuerzos implican, en primer lugar, la revisión y puesta al día
de los marcos que rigen el quehacer de dichas instituciones.
Lo anterior demanda un esfuerzo tanto del Organismo
Ejecutivo (a nivel de reglamentos) como del Legislativo (a nivel de leyes) para
dotar a las instituciones de marcos regulatorios adecuados para ser efectivas. Los
elementos clave de un buen marco regulatorio institucional incluyen: claridad
respecto del mandato de cada institución (sus fines y funciones, y las
herramientas para lograrlos); su estructura de gobernanza interna, incluyendo
sus pesos-contrapesos internos y sus sistemas de rendición de cuentas; su grado
de autonomía operativa y financiera (para blindarlas de influencias de grupos
de poder o de interferencias políticas); y, los criterios de elegibilidad, así
como las normas y procedimientos para el nombramiento y remoción de sus
autoridades.
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