Todos quisiéramos que la economía guatemalteca creciera más y generara mayor bienestar para todos. Pero eso no se logra con sólo desearlo. Hay un trabajo profundo que debió emprenderse desde hace mucho tiempo, pero que -por querer buscar atajos, o por descuidar los temas importantes en beneficio de los urgentes- nunca se ha logrado.
Desde los Acuerdos de Paz, pasando por diversas
propuestas para acelerar el crecimiento económico, se ha planteado la deseable
meta de que la economía guatemalteca –medida por su Producto Interno Bruto,
PIB- crezca a una tasa anual de 6%, a fin de reducir efectivamente la pobreza.
Por desgracia, en la práctica, el PIB ha crecido solamente a un ritmo del 3.5%
-en promedio- durante los últimos 15 años (similar a los anteriores 15 años) y
parece poco probable que eso pueda cambiar en el corto plazo.
Nuestra economía se asemeja a una carabela impulsada
por una enorme vela central y cuatro velas secundarias. La vela del mástil
mayor es la del consumo privado: más del 85% del PIB es impulsado por el
consumo de los hogares que, a su vez, crece por el aumento vegetativo de la
población. Ello explica por qué el crecimiento de la economía se ubica normalmente
en torno a ese 3.5%. Las velas secundarias que empujan al PIB son, en su orden,
las exportaciones, la inversión en bienes de capital y el consumo del gobierno.
Sólo cuando un viento favorable hincha estas velas secundarias es que el PIB
logra crecer más allá del 3.5%.
Por ejemplo, en 2014 el barco del PIB creció encima de
su tendencia, a 4.2%, debido a que los vientos provenientes del exterior
soplaron sobre la vela de las exportaciones, que aumentaron casi 8% en términos
reales. En 2015 la carabela también avanzó a una velocidad (4.1%) superior a su
crecimiento vegetativo, esta vez impulsada por el viento que infló la vela
mayor del consumo y la de la inversión física; en ambos casos, los vientos
volvieron a provenir del exterior debido a la reducción de los precios de los
productos primarios y de los bienes de capital en los mercados internacionales,
lo que a los guatemaltecos comprar más bienes de consumo y más maquinaria y
equipo.
Por desgracia, esos vientos favorables han cesado en
2016 y continuarán ausentes en 2017. Las exportaciones están deprimidas y los
precios de los productos primarios están subiendo en los mercados
internacionales. Nuestra carabela continuará avanzando, pero lo hará sólo con
sus propias fuerzas sustentadas en el consumo privado (y este, a su vez, en el
crecimiento poblacional y en las remesas familiares). Eso explica por qué el
Banco de Guatemala redujo recientemente su proyección de crecimiento económico.
Para alcanzar el sueño de crecer a tasas de 6% debemos
dejar de depender de los impredecibles vientos externos. Y eso solo se logra
generando internamente tres elementos clave: la acumulación de bienes de
capital (infraestructura y maquinaria), la eficiencia en el uso de los factores
de producción (productividad del trabajo) y la innovación. Decirlo es fácil,
pero lograrlo requiere de un esfuerzo sistemático, continuo y políticamente
complejo.
Si bien ese esfuerzo requiere de medidas
gubernamentales de largo plazo (en educación, salud, seguridad e
infraestructura), en el corto plazo podría empezarse afrontando los retos que
afectan más las decisiones de inversión y generación de empleo en Guatemala.
Los cinco retos más apremiantes (según el World Economc Forum) que deberían
ocupar un lugar prioritario en una agenda de políticas públicas son: la
criminalidad; la corrupción; la mano de obra poco capacitada; la ineficiencia y
excesiva burocracia gubernamental; y, la escasa e inadecuada infraestructura
pública.
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