lunes, 11 de julio de 2016

La Innovación

La innovación es fundamental para aumentar la productividad; ésta es indispensable para aumentar la producción; y, esto es clave para lograr el bienestar del país. Por desgracia, la innovación no está en el radar de las políticas de Estado

En las dos entregas previas me referí, por un lado, a la necesidad de propiciar un mayor, más rápido y más sostenible crecimiento económico -a través de la productividad- como condición fundamental para reducir permanentemente la pobreza, mejorar los niveles de vida de la población y propiciar la gobernabilidad democrática del país. Y, por otro, a la conveniencia de que las empresas y el gobierno se enfoquen en los consumidores (nacionales y extranjeros) como uno de los más promisorios motores de dicho crecimiento.

Hoy complemento lo anterior señalando que ambos aspectos (el impulso del crecimiento económico y el enfoque de la producción hacia la satisfacción de los consumidores) requieren de la innovación, tanto por parte de las empresas existentes -en su búsqueda de nuevos productos y mercados-, como por parte de nuevos emprendedores. Existe consenso internacional en cuanto a que la innovación es clave para elevar la producción y la productividad, y que es un ingrediente crucial para que se produzca un crecimiento económico robusto.

Por desgracia (aunque hay empresas y sectores aislados que son la excepción) la innovación en la producción es, en general, una materia que Guatemala lleva retrasada desde hace tiempo. Así lo indican los indicadores principales: gasto (público y privado) en investigación y desarrollo, adopción de nuevas tecnologías, crecimiento de productividad del trabajo, número de patentes registradas para nuevos inventos, o los estándares educativos prevalecientes.

Las empresas, por supuesto, son las primeras llamadas a innovar. Ello implica, en la práctica, invertir más en investigación y desarrollo. En los países avanzados, esta inversión representa el 14% del valor agregado industrial; de ello, las empresas financian un poco más de la mitad (8%) mientras que los gobiernos financian el resto. En Latinoamérica -según cifras del Banco Mundial- ese gasto en investigación y desarrollo es mucho menor (menos del 4% del valor agregado industrial) y la mayoría es financiada por los gobiernos. Y, aunque no hay cifras específicas, es dable suponer que en el caso de Guatemala la cifra es aún más baja.

Hay, entonces, un largo trecho por avanzar; pero para ello también es mucho lo que el gobierno puede hacer para propiciar dicha inversión, empezando por acciones que apunten a mejorar el clima de negocios a efecto de propiciar condiciones favorables al emprendimiento de negocios. Por más genial e innovador que sea un emprendedor, difícilmente podrá tener éxito si no opera en un ambiente propicio para desarrollarse y crecer.

En ese sentido, son diversos los campos en los que el gobierno puede actuar para impulsar la innovación. Por ejemplo, con acciones e instituciones que velen por el cumplimiento de los contratos, que protejan los derechos de propiedad intelectual, o que reduzcan los trámites para iniciar nuevos negocios. También puede contribuir el buen diseño (actualmente en discusión en el Congreso) de reglas e instituciones que fomenten la competencia sin inhibir el libre emprendimiento. O la profundización de los esfuerzos de liberalización del comercio internacional para incentivar que las empresas apunten hacia nuevos mercados.

La innovación no es un lujo reservado para las empresas de alta tecnología. Es una necesidad estratégica para mejorar la productividad y el crecimiento. Pero mientras no exista suficiente inversión en investigación y desarrollo, así como mejoras en las políticas y el ambiente para el emprendimiento, será muy difícil que se acelere el crecimiento económico.

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