Oscuras fuerzas buscan dar marcha atrás en los avances logrados hasta hoy en materia de regulación de las comparas y contrataciones del Estado, particularmente en las relacionadas con medicamentos y con gastos a nivel municipal
El gasto gubernamental en lo que va de 2016 se está
ejecutando con suma lentitud. En el primer cuatrimestre del año se habían
gastado unos Q17.6 millardos, lo que representa una reducción del 12% (Q2.4
millardos) respecto de lo que se había gastado en igual periodo del año
anterior. La reducción es aún más evidente en el caso de la adquisición de
bienes y servicios, así como en el de la inversión física, que se han reducido
en más de 30% respecto de lo ejecutado en 2015.
Tres razones explican esta parálisis del gasto. En
primer término, hay que recordar que, históricamente, cada vez que hay un
cambio de gobierno, los primeros meses de la nueva gestión gubernamental se
caracterizan por una baja ejecución del gasto, lo cual resulta lógico al
considerar que los nuevos funcionarios no han adquirido aún las destrezas suficientes
para agilizar su gestión presupuestaria.
En segundo lugar, es innegable que las recientes
acciones del Ministerio Público y de la CICIG en contra de las estructuras de
corrupción enquistadas en el aparato estatal han producido una sensación de
extremada precaución en todos los niveles funcionariales. Esto se ha traducido
en una lentitud fuera de lo común en la toma de decisiones de compras y
contrataciones gubernamentales.
La tercera razón es la entrada en vigencia de las
reformas a la Ley de Contrataciones del Estado aprobadas (con el apoyo de las
manifestaciones populares y en contra de la voluntad de las estructuras
corruptas) a finales de 2015. Estas reformas aprobadas mediante el decreto
9-2015 constituyen un avance en la lucha contra la corrupción y en la búsqueda
de la eficiencia en el sistema de compras y contrataciones y en la calidad del
gasto público. Es inevitable que tales
avances conlleven la aplicación de procedimientos nuevos y más estrictos para
realizar el gasto público, lo cual (dada la lentitud burocrática que impera en
la mayoría de instituciones gubernamentales) ha generado una gran lentitud en
su operación habitual.
Lamentablemente, hay muchos funcionarios (y algunos
analistas, quizá bien intencionados) que afirman que las reformas introducidas
en la Ley de Contrataciones deben revertirse porque son un obstáculo a la
fluidez del gasto. En realidad, mucho de lo que ha sucedido es atribuible, no a
las reformas, sino a la incapacidad y negligencia en la aplicación de la ley. Destacan,
por ejemplo, el indebido retraso en la emisión del reglamento requerido por las
reformas (que fue publicado apenas la semana pasada), o la evidente incapacidad
(¿o resistencia?) a levantar los contratos abiertos para la adquisición de
medicamentos (quizá con la tenebrosa intención de generar una crisis para
justificar una marcha atrás en las reformas).
No es de extrañar que ya hayan surgido en el Congreso un
par de iniciativas que, con la excusa de facilitar la compra de medicamentos o
la ejecución de obra municipal, pretenden retroceder en lo que se ha logrado
hasta ahora y buscan, entre otros aviesos fines, regresar a la nefasta práctica
de fraccionar la contratación de bienes y servicios por las entidades
estatales, así como a que se elimine el establecimiento técnico de precios de
referencia para los procesos de contratación pública.
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