martes, 9 de febrero de 2016

LIMPIAR EL CONGRESO

Ya hay esfuerzos concretos por poner orden en el parlamento. Pero se están impulsando enmedio del desorden.  Para rescatar al Congreso aún queda mucho por hacer, y hay que hacerlo bien.

En los corrillos se oyen pasos de animal grande. Las constantes visitas de la CICIG solicitando información sobre acciones sospechosas, los ecos ahogados de un clamor por la depuración, y el lapidario pronunciamiento de la Conferencia Episcopal en el que señala al Congreso de ser el organismo más inmoral e ineficiente del Estado, han metido el miedo en el cuerpo a los representantes de la política tradicional.

La reacción desde el hemiciclo ha sido la de intentar lavar cara mediante el impulso de reformas a la Ley Orgánica del Organismo Legislativo, acompañado de una hiperactividad legislativa en temas facilones que buscan causar impacto en la opinión pública.

Hay que reconocer que las reformas a la Ley Orgánica aprobadas la semana pasada, aunque incompletas y con algunas debilidades, representan una sustancial mejora al marco regulatorio del régimen interior del Legislativo. Aunque la prensa se ha centrado en mencionar los cambios que buscan impedir abusos en cuanto a las contrataciones de personal y al transfuguismo, hay otros logros más trascendentes de cara a rescatar al Congreso del marasmo y podredumbre de las últimas legislaturas.

De esas reformas, las más positivas tienen que ver con aspectos que mejoran el funcionamiento de los procesos parlamentarios que se habían perdido desde hace años. En ese sentido, el fortalecimiento de las comisiones de trabajo y la delimitación del proceso de interpelación son reformas muy positivas, como lo son también algunas disposiciones en materia de transparencia y rendición de cuentas.

Pese a estos logros, las reformas se aprobaron con excesiva precipitación. Y la premura no es buena consejera. Por ello la ley quedó con algunas falencias importantes. Por ejemplo, no se terminó de aclarar el rol y los procedimientos que debe seguir el Presidente del Congreso en la contratación del personal. Y se desperdició una ocasión óptima para introducir en la ley la obligación de respetar el principio de unidad de materia. Este principio (vigente en el ordenamiento jurídico de muchos países) prohíbe que en la discusión de una ley se introduzcan normas y reformas ajenas a la materia de la que se está legislando.

La vigencia de tal principio habría impedido que se repitan bochornos legislativos como los que en el pasado permitieron que en una ley de túmulos se reformara el presupuesto del Estado, o que en una ley de apoyo a la juventud se pretenda reformar el sistema tributario, tal como ocurrió apenas el pasado jueves.

Pese a las reformas aprobadas, es evidente que la limpieza del Congreso tiene aún muchos temas pendientes por atender. De no hacerlo, los arranques de hiperactividad legislativa, con premuras y opacidad al estilo de la vieja política, pueden resultar contraproducentes para el necesario rescate del Legislativo.

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