Ni autoridades, ni conductores, parecen
estar preparados para aprovechar las ventajas que ofrecen las rotondas
La semana pasada ocurrió un terrible accidente, de
unas dimensiones realmente trágicas. Ingrid Batén, una joven de 15 años recién
venida a la capital desde Momostenango, murió cuando se dirigía a bordo de la
palangana de un picop rumbo a su primer día de trabajo. En la rotonda del
monumento a la Guerra Nacional contra los Filibusteros, donde convergen la
Avenida de la Reforma y calle Mariscal Cruz, el picop fue embestido por otro
vehículo, Ingrid salió despedida y murió al caer al pavimento. Sus sueños de superación
se truncaron en un segundo.
Es paradójico que esto haya ocurrido una rotonda pues,
en teoría, estos mecanismos de distribución vial son más seguros que otros
sistemas (como los semáforos). Pero acontece que en Guatemala ni las
autoridades ni los conductores parecen tener los conocimientos y actitudes
necesarias para aprovechar adecuadamente las ventajas que ofrecen los
redondeles.
Las rotondas (redondeles o glorietas) son mecanismos
para distribuir el tránsito de vehículos en una intersección de dos o más
calles, que la convierte en un círculo –en cuyo centro suele haber un
monumento- donde los vehículos circulan en un solo sentido (contrario a las
agujas del reloj). La glorieta debe tener dos carriles y regirse por unas
sencillas reglas: el vehículo que ya está incorporados tiene derecho de vía;
quien quiera incorporarse puede hacerlo en la vía externa del círculo, cediendo
el paso a quien ya venga (a su izquierda) incorporado; quien circule en el
carril interno puede hacerlo continuamente, pero deberá trasladarse al carril
externo para cruzar hacia alguna de las calles que convergen a la rotonda.
Cuando autoridades y conductores conocen y aplican
esas reglas, las glorietas tienen múltiples ventajas. Reducen la congestión de
vehículos pues no exigen que se hagan paradas completas (a menos que sea
necesario) o prolongadas (lo cual los hace menos contaminantes); son más
baratos de operar (una vez construidos) que los semáforos; y ofrecen mayor
seguridad: según el Departamento de Transporte de Estados Unidos, al sustituir encrucijadas por rotondas se
reducen los accidentes en 35%, el consiguiente número de heridos en 76% y el de
fallecidos en 90%.
Por eso, y por su estética, las glorietas han
proliferado desde que se construyó la primera en Letchworth, Inglaterra, en
1909. Hace 20 años habría unas 30 mil rotondas en el planeta; hoy debe haber
más de 60 mil. Los franceses son particularmente aficionados a las glorietas,
que se apegan a su visión estético-monumental; pero también en Estados Unidos
están cobrando popularidad: en la última década se han construido más de 2 mil
de ellas. En Australia hay más de 8 mil, y también abundan en Hong Kong,
Israel y Jordania.
Lo malo es que en países con menos cultura vial que
aquellos (es decir, en países subdesarrollados) las rotondas pueden ocasionar
más problemas que beneficios. Si los conductores y autoridades no saben –o no
respetan- las reglas, las glorietas son garantía de caos, congestionamientos y
accidentes. Muchas rotondas en ciudades como Nairobi, Bagdad, Guatemala o
Quetzaltenango han tenido que ser descongestionadas mediante la permanente
presencia de policías de tránsito.
Además de la ignorancia de las reglas, las glorietas
generan problemas cuando están mal diseñadas o se ubican en intersecciones de
tránsito pesado. Por ejemplo, la rotonda de Mariscal, en la zona 11 capitalina,
sólo tiene un carril de ancho; o las de Cayalá, que fueron construidas sin
considerar la enorme densidad del tránsito que albergarían. Al final, muchas
glorietas citadinas han debido ser eliminadas (en su concepción original), como
lo atestiguan muchas exrotondas a lo largo de las avenidas de las Américas y
Reforma.
Pero para las rotondas sobrevivientes, bien vale la pena tratar de
rescatar sus virtudes estéticas y de facilitación del tráfico. Ello requiere de
voluntad y compromiso de parte de los conductores; pero también demanda
esfuerzo de las autoridades municipales para construir adecuadamente las
glorietas, señalizarlas y educar a los usuarios; también de las autoridades de
Tránsito, para que las licencias de conducir no se otorguen corruptamente al
mejor postor, sino a quien llene los requisitos indispensables. Así se
evitarían tragedias como la que le costó la vida a Ingrid Batén.
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