Nuestra esperanza de crecer más y reducir la
pobreza radica en mejorar la productividad
El propósito de las políticas públicas, y de casi
cualquier actividad gubernamental, debe ser propiciar la prosperidad y aumentar
el bienestar y la calidad de vida de los ciudadanos. Para lograrlo no existe
una solución única o una receta mágica, sino un arsenal de acciones e
instituciones que deben aplicarse de manera sistemática. Por desgracias, no es
cierto aquello de que “si tan sólo tuviésemos impuestos tan bajos como en Hong
Kong” o “si tan sólo nuestro nivel educativo fuera como el japonés”, “entonces
saldríamos del subdesarrollo”.
La experiencia de muchos países demuestra que para
aumentar el bienestar de las poblaciones es indispensable que se produzca un
aumento de la productividad; es decir, logar producir más bienes y servicios (que
satisfagan las múltiples necesidades humanas) con la misma cantidad de factores
productivos (tierra, mano de obra y bienes de capital). La mejora en la
productividad, además, afecta y se ve afectada por la mejora en la calidad de
vida, la salud, y el ambiente de convivencia social, de manera que aumentar la
productividad es, claramente, una condición necesaria (aunque no suficiente)
para mejorar el bienestar humano.
En el caso de Guatemala lo anterior es evidente. Por
ejemplo, la producción nacional (medida por el PIB) aumenta cada año
básicamente porque aumenta el consumo doméstico que, a su vez, aumenta porque
la población consumidora es cada año más numerosa. Por eso es que, desde hace
tiempo, el PIB crece a un ritmo promedio anual de sólo 4%, insuficiente para
reducir los elevados índices de pobreza del país. Para acelerar ese ritmo de
crecimiento no podemos simplemente confiar (como sucede a veces) en que una
súbita mejora de la economía mundial aumente la demanda externa y, con ella,
nuestras exportaciones; tal cosa está fuera de nuestro control y no sería una
estrategia viable de desarrollo económico.
Tampoco podemos esperar que el gobierno aumente su
gasto y cree los empleos que aceleren el crecimiento de la producción nacional:
nuestro Estado es demasiado pequeño e ineficiente como para esperar tal cosa.
Tampoco sería aconsejable encomendarnos a que un aumento en la inversión física
mejore en el corto plazo la capacidad productiva del país: requeriría tantos
recursos financieros y tiempo que también sería una estrategia inviable.
Nuestra esperanza de crecer más y reducir la pobreza radica en mejorar la
productividad. Y, aunque no es sencillo, hay cómo lograrlo.
Existen amplias posibilidades para que las empresas
aumenten su productividad en muchos sectores de actividad económica, incluyendo
los que generan más empleo o bienestar. Por ejemplo, en la agricultura hay
oportunidades de mecanización y de aplicar nuevas técnicas; en la industria de
alimentos pueden usarse técnicas de manufactura ajustada o buscarse economías
de escala; en comercio y servicios se pueden aplicar las mejores prácticas
productivas utilizadas en otros países; y, en turismo pueden aprovecharse las
enormes ventajas competitivas del país en materia de clima, cultura y ambiente.
Pero estas mejoras las podrán realizar las empresas
sólo en la medida en que el gobierno implemente políticas que las habiliten a
hacerlo. Tales políticas incluyen las de apertura al comercio y a la tecnología
mundiales; de minimización de barreras regulatorias; de difusión del
conocimiento; de libre competencia para una mejor asignación de los recursos;
de generación de instituciones que promuevan el mercado, la innovación y la
movilidad social; de creación de un clima propicio a la inversión y al intercambio;
y de incentivar a los ciudadanos a ahorrar, aprender, comportarse
saludablemente y educar bien a sus hijos.
Reducir la pobreza en Guatemala pasa por mejorar la productividad de la
economía a fin de generar el círculo virtuoso que se ha generado en muchas
economías emergentes: una mayor productividad va de la mano con un incremento
del ingreso disponible, del consumo y del PIB. De manera que los esfuerzos
públicos y privados de desarrollo deberían enfocarse –con perseverancia y algo
de suerte- en el objetivo de aumentar la productividad como condición
indispensable para utilizar con eficiencia los recursos disponibles, darle
sostenibilidad a la estabilidad macroeconómica, promover la movilidad social y
elevar los niveles de vida.
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