domingo, 15 de febrero de 2015

Para Aumentar el Bienestar

Nuestra esperanza de crecer más y reducir la pobreza radica en mejorar la productividad

El propósito de las políticas públicas, y de casi cualquier actividad gubernamental, debe ser propiciar la prosperidad y aumentar el bienestar y la calidad de vida de los ciudadanos. Para lograrlo no existe una solución única o una receta mágica, sino un arsenal de acciones e instituciones que deben aplicarse de manera sistemática. Por desgracias, no es cierto aquello de que “si tan sólo tuviésemos impuestos tan bajos como en Hong Kong” o “si tan sólo nuestro nivel educativo fuera como el japonés”, “entonces saldríamos del subdesarrollo”.
La experiencia de muchos países demuestra que para aumentar el bienestar de las poblaciones es indispensable que se produzca un aumento de la productividad; es decir, logar producir más bienes y servicios (que satisfagan las múltiples necesidades humanas) con la misma cantidad de factores productivos (tierra, mano de obra y bienes de capital). La mejora en la productividad, además, afecta y se ve afectada por la mejora en la calidad de vida, la salud, y el ambiente de convivencia social, de manera que aumentar la productividad es, claramente, una condición necesaria (aunque no suficiente) para mejorar el bienestar humano.
En el caso de Guatemala lo anterior es evidente. Por ejemplo, la producción nacional (medida por el PIB) aumenta cada año básicamente porque aumenta el consumo doméstico que, a su vez, aumenta porque la población consumidora es cada año más numerosa. Por eso es que, desde hace tiempo, el PIB crece a un ritmo promedio anual de sólo 4%, insuficiente para reducir los elevados índices de pobreza del país. Para acelerar ese ritmo de crecimiento no podemos simplemente confiar (como sucede a veces) en que una súbita mejora de la economía mundial aumente la demanda externa y, con ella, nuestras exportaciones; tal cosa está fuera de nuestro control y no sería una estrategia viable de desarrollo económico.
Tampoco podemos esperar que el gobierno aumente su gasto y cree los empleos que aceleren el crecimiento de la producción nacional: nuestro Estado es demasiado pequeño e ineficiente como para esperar tal cosa. Tampoco sería aconsejable encomendarnos a que un aumento en la inversión física mejore en el corto plazo la capacidad productiva del país: requeriría tantos recursos financieros y tiempo que también sería una estrategia inviable. Nuestra esperanza de crecer más y reducir la pobreza radica en mejorar la productividad. Y, aunque no es sencillo, hay cómo lograrlo.
Existen amplias posibilidades para que las empresas aumenten su productividad en muchos sectores de actividad económica, incluyendo los que generan más empleo o bienestar. Por ejemplo, en la agricultura hay oportunidades de mecanización y de aplicar nuevas técnicas; en la industria de alimentos pueden usarse técnicas de manufactura ajustada o buscarse economías de escala; en comercio y servicios se pueden aplicar las mejores prácticas productivas utilizadas en otros países; y, en turismo pueden aprovecharse las enormes ventajas competitivas del país en materia de clima, cultura y ambiente.
Pero estas mejoras las podrán realizar las empresas sólo en la medida en que el gobierno implemente políticas que las habiliten a hacerlo. Tales políticas incluyen las de apertura al comercio y a la tecnología mundiales; de minimización de barreras regulatorias; de difusión del conocimiento; de libre competencia para una mejor asignación de los recursos; de generación de instituciones que promuevan el mercado, la innovación y la movilidad social; de creación de un clima propicio a la inversión y al intercambio; y de incentivar a los ciudadanos a ahorrar, aprender, comportarse saludablemente y educar bien a sus hijos.
Reducir la pobreza en Guatemala pasa por mejorar la productividad de la economía a fin de generar el círculo virtuoso que se ha generado en muchas economías emergentes: una mayor productividad va de la mano con un incremento del ingreso disponible, del consumo y del PIB. De manera que los esfuerzos públicos y privados de desarrollo deberían enfocarse –con perseverancia y algo de suerte- en el objetivo de aumentar la productividad como condición indispensable para utilizar con eficiencia los recursos disponibles, darle sostenibilidad a la estabilidad macroeconómica, promover la movilidad social y elevar los niveles de vida.

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