Ninguna economía en el mundo se ha
desarrollado sin haberse convertido, a la vez, en predominantemente urbana
La humanidad es hoy, por fin, mayoritariamente urbana.
Hace 11 mil años, al final de la última glaciación, el ser humano empezó a
congregarse en pueblos; le tomó otros seis mil años construir las primeras
ciudades de la civilización antigua. Hasta hace doscientos años, sólo el 3% de
la población mundial era urbana. Pero en el último siglo ese porcentaje pasó
rápidamente del 13% al 50%, gracias a la industrialización y los avances
tecnológicos y médicos que permitieron que los grandes centros urbanos
crecieran sin caer en los antiguos peligros de las pestes (como los del
medioevo europeo) y del agotamiento de los recursos (como en las ciudades
mayas).
Ese proceso de urbanización, que también refleja un
número sin precedentes de migrantes rurales hacia las ciudades, no es ajeno a
Guatemala. Para un país cuya cultura y sociedad han sido moldeadas durante
siglos junto a los granos de maíz, resulta notable que hayamos alcanzado un
hito: los guatemaltecos de ciudad son hoy (casi seguramente) más numerosos que
los rurales. Como en el resto del mundo, el proceso ha sido veloz. Según el
censo de 1921, la población urbana representaba entonces el 26.6% del total. En
el censo de 1981 tal proporción subió a 32.7%, y en el más reciente (2002), a
46.1%. Las proyecciones del INE indican que para 2015 la población urbana sería
ya mayoría.
La urbanización aumenta porque las ciudades funcionan.
Ninguna economía en el mundo se ha desarrollado sin haberse convertido, a la
vez, en predominantemente urbana. La ciudad ha sido a lo largo de la historia
un centro de intercambio de bienes e ideas y, con ello, en un centro de
aprendizaje, aculturación e innovación, virtudes que se aceleran en un entorno
urbano donde las personas están en un contacto mutuo que facilita los flujos
financieros y de mercancías necesarios para el crecimiento económico.
De manera que, en la historia económica del mundo –y
nuestro país no puede ser la excepción-, la urbanización ha acompañado siempre
a la aceleración del crecimiento y del desarrollo. El entorno urbano genera tal
proximidad de los factores de producción que ocurre una reducción en los costos
de transacción y el surgimiento de mercados más grandes y cercanos, así como de
una tendencia natural hacia la especialización en áreas de alto valor.
Pero la historia también demuestra que el proceso de
urbanización puede ser difícil y causar sufrimiento y pocas mejoras económicas.
Los arrabales de la Roma antigua o del Manchester industrial fueron tan
tétricos como los que vemos hoy en Calcuta o en nuestra ciudad de Guatemala.
Pero la gente sigue migrando a la ciudad porque, aún con sus deficiencias, las
oportunidades que ofrece la vida urbana superaron a las del campo. La pregunta
relevante es, entonces, cómo manejar mejor la urbanización.
La rápida expansión y mala planificación de las
grandes ciudades, el aumento de los barrios marginales donde viven millones de
pobres, la contaminación y la congestión insoportable que sufren las ciudades
en rápido crecimiento, el creciente poder de las pandillas urbanas y del crimen
organizado, son elementos que sugieren la necesidad de una política de
desarrollo urbano integral que promueva un proceso próspero de urbanización.
Tal política debe incluir una institucionalidad que
provea a las ciudades de reglas y regulaciones estables y adecuadas: las
ciudades económicamente más exitosas son aquellas donde el marco legal es
fuerte y donde impera la ley. El atractivo económico de la ciudad pasa también
por un diseño urbano bien pensado y ordenado que minimice la congestión y la
contaminación. Y pasa por contar con un presupuesto transparente, eficiente y
suficiente que asegure la sanidad financiera de la ciudad.
Por desgracia, en Guatemala estos aspectos son muy precarios en las
políticas públicas nacionales y municipales. En cuanto al desarrollo rural,
tenemos una política vigente y varios proyectos de ley (algunos muy mal
logrados) en el Congreso. Pero de desarrollo urbano (donde descansa gran parte
del futuro económico del país), nada de nada. No hay que negar que la pobreza
en el área rural es terrible, pero no hay que olvidar que ser analfabeto, no
tener vivienda, o carecer de agua potable o de inodoro puede ser mucho más
intolerable en una ciudad llena de gente que en el campo.
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