miércoles, 8 de octubre de 2014

Reprobados en Nutrición

De los 109 países calificados, Guatemala ocupó el puesto 71; sólo por encima de Nicaragua y Haití en el Hemisferio

De las numerosas tragedias que afectan a Guatemala, la desnutrición infantil es la más vergonzosa e injustificable. Es además un pesado lastre que obstaculiza el desarrollo del país pues causa daños irreversibles en los primeros mil días de vida: los niños desnutridos no sólo tienen menos probabilidades de asistir y permanecer en la escuela, así como más problemas de aprendizaje, sino que también más probabilidad de ganar menos dinero que sus pares mejor alimentados, de casarse con cónyuges más pobres y de morir prematuramente.
Por ello es necesario medir qué progresos se han hecho en este campo y cómo se compara nuestro país con otras realidades. Para el efecto, resulta útil e interesante el Índice Global de Seguridad Alimentaria –GFSI, por sus siglas en inglés- creado por The Economist Intelligence Unit hace un par de años y que recién publicó en su versión para 2014. Este índice define la seguridad alimentaria como la situación en que las personas tienen todo el tiempo acceso físico, social y económico a alimentos suficientes y nutritivos que satisfacen sus necesidades dietéticas para una vida activa y saludable.
Para medir la seguridad alimentaria, el índice agrupa un conjunto de indicadores en tres categorías diferentes: capacidad de compra, disponibilidad y calidad-sanidad. Primero, la capacidad de compra se mide en función de indicadores cuantitativos duros, como la proporción del gasto del hogar dedicado a alimentos, el porcentaje de habitantes bajo la línea de pobreza, el ingreso per cápita, el nivel de aranceles a la importación de productos agrícolas, el acceso al financiamiento a los pequeños agricultores, y la presencia de programas gubernamentales de asistencia alimentaria.
La segunda categoría (disponibilidad) compara indicadores de la capacidad de los países de producir y distribuir alimentos, el gasto gubernamental en investigación y tecnología agrícola, la volatilidad de la producción agrícola, el desperdicio de alimentos, la corrupción gubernamental, y los riesgos de inestabilidad política. Y la categoría de calidad-sanidad mide indicadores relacionados con cuán variada es la dieta promedio, los estándares nutricionales, la disponibilidad de micronutrientes, y la calidad proteica disponible en cada país.
En total, el índice para 2014 está compuesto por 28 indicadores agrupados en las tres categorías descritas, y califica al 109 países utilizando datos oficiales publicados por organismos internacionales y por los propios gobiernos de esos países. Los resultados apuntan a que la seguridad alimentaria mejoró en la mayoría de países en 2014. Si bien los paises desarrollados de Occidente siguen siendo los de mayor seguridad alimentaria y los países del África subsahariana permanecen en los últimos lugares, estos han progresado relativamente rápido, de manera que la brecha entre unos y otros se ha reducido.
En el índice global, de los 109 países calificados Guatemala ocupó el puesto 71 (con una calificación de 46.9/100); solamente Nicaragua (puesto 74, calificación 45.6) y Haití (puesto 103, calificación 30.2) están peor calificados que Guatemala en el continente americano. Lo que es peor, aunque el 70% de los países calificados mejoró su punteo entre 2013 y 2014, la calificación del Guatemala fue una de las pocas que empeoró respecto del año previo (que había sido de 47.2/100).
A nivel de regiones, Latinoamérica fue la que menos mejoró en el índice debido a los pocos avances en materia de distorsiones institucionales que ocasionan ineficiencias en la asignación de recursos alimentarios y sus sistemas de distribución, a pesar de tener buenas calificaciones en cuanto a capacidad de producción.
Lo anterior vuelve a evidenciar que las causas de la inseguridad alimentara no se encuentran en la poca oferta, sino en las dificultades de acceso individual a los alimentos debido a fallas en la distribución y en el tejido social.

La desnutrición no es, pues, un problema de producción, sino de distribución; por ende, su solución no pasa por medidas de autosuficiencia agrícola o de proteccionismo comercial, sino por medidas de alerta temprana, comunicación, abastecimiento, restauración del poder adquisitivo de los afectados y la focalización de esfuerzos en los aspectos clave, como la atención a los niños desde su gestación.

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